jueves, 31 de diciembre de 2015

[OTRO AÑO HA TERMINADO...], Söin

Otro año ha terminado:
¿adónde irá
lo que ha pasado?

Söin


RODRIGO ESCOBAR & JAVIER TAFUR, Para el corazón que no duda, Universidad del Valle, Cali, 2005, página 18.
&
Phil Douglis

miércoles, 30 de diciembre de 2015

PEQUEÑO CUENTO DE AÑO NUEVO, José Ángel Cilleruelo

PEQUEÑO CUENTO DE AÑO NUEVO

   Se levanta temprano para mirar el cielo. El día amanece nublado, metálico. No hay mañana más solitaria que la de Año Nuevo, piensa Ziza. Cree intuir —antes que ver— un pálido reflejo dorado entre las nubes. El sol que se abrirá paso en su vida; esas cursilerías la reconfortan. En la casa familiar le espera comilona y aburrimiento. Después quedará con las amigas del taller. Al cine. "Qué asco—redacta en su blog— igualito que si fuera el año pasado". Entre sus piernas pasa caracoleando un pececillo de plata. Reacciona rápido, lo aplasta con la zapatilla: Feliz año, bicho.

JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Galería de charcos, Polibea, Madrid, 2009, p. 40.

martes, 29 de diciembre de 2015

PEQUEÑO CUENTO DE AÑO NUEVO, José Ángel Cilleruelo

PEQUEÑO CUENTO DE AÑO NUEVO

   La brigadilla llega a la plaza con las primeras gotas de leche sobre el café de la noche. Les aguarda un horizonte de vasos de plástico, botellas rotas, colillas, guirnaldas de papel y papelillos de colores náufragos en los charcos de bebidas oscuras. Entre los desperdicios, duermen quienes se quedaron atascados en el sumidero de la fiesta y no pudieron correr hacia un destino más abrigado. Los barrenderos les zarandean con el palo de los escobones y, a diferencia de otras inmundicias, se yerguen aturdidos, con frío, y enseguida toman el camino incógnito por donde desapareció el año horas antes.

JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Galería de charcos, Polibea, Madrid, 2009, p. 59.
&
Sergio R Velázquez

lunes, 28 de diciembre de 2015

[FUE HORIZONTE...], Manuel Villena

Fue horizonte.
Ahora ya es precipicio.
Qué vértigo, vida.

Manuel Villena
&
Alessandro Rolandi

domingo, 27 de diciembre de 2015

CAMINO DE LA GUERRA, Emilio Gavilanes

CAMINO DE LA GUERRA

   En el verano de 1808 la Grande Armée sufre su primera derrota en campo abierto. Es la batalla de Bailén. Pocos meses después Bonaparte entra en la Península con un nuevo ejército, dispuesto a vengarse. Las tropas españolas se repliegan hacia León para unirse con las británicas de Moore. Los franceses los persiguen. El 31 de diciembre Napoleón entra en Astorga. Al instante su ejército comienza a saquearla. La ciudad está casi despoblada. Ha habido una epidemia de tifus. Fusilan a todos los hombres que encuentran. A los enfermos no los sacan de la cama. La apoyan contra una pared para que el prisionero pueda recibir el plomo casi en pie.
   Por todos los alrededores se difunde la noticia. Los antiguos alcaldes de los pueblos de la región piden a los hombres que acudan con sus armas de caza para hostigar al francés.
   El joven Tomás Morais tarda varios días en salir de La Carballa. La mujer estaba de parto y no quería dejarla sola.
   En media jornada alcanza el camino por el que ha llegado el enemigo. El frente de avance es enorme. Hay pisadas en el suelo embarrado del campo hasta donde alcanza la vista.
   Pasada La Bañeza ve que un cañonazo ha roto un granado y ha sacado la copa del cercado en el que se encontraba el árbol. Por primera vez ve esa fruta desconocida. La muerde, con curiosidad y quedan al descubierto los rojos granos en sus pálidas celdillas. Después de probarlos, guarda algunas frutas en el morral.
   Pasa una codorniz. La dispara. El barro que vuela explota y se abre en el aire una flor roja. Queda tan deshecha que no la puede recoger.
   Más allá una liebre corre trazando vueltas y revueltas, cambiando continuamente de dirección. A pocos metros un perro la persigue haciendo las mismas vueltas y revueltas. El perro se guía solamente por el olor. Parece ciego. Hay momentos en que, en una de esas curvas, la liebre queda a unos centímetros del perro. Si acortase por ahí la atraparía enseguida. Pero es esclavo del olor y no abandona el rastro, recorriendo los torturados metros que le separan de la liebre.
   Un gallo canta a lo lejos. Resuena como en otra realidad. Alerta un perro lejano. El pequeño bosque que Tomás Morais atraviesa ahora parece que está en el más allá. Piensa en su casa, en el llanto del recién nacido. Ya siente nostalgia de la vida que ha dejado.
   De pronto se topa con un jabalí vivo, tendido de espaldas, con las cuatro patas hacia arriba, rotas. Las cuatro hacen una línea quebrada. El animal está inmóvil. Solo se mueven los ojos, que miran con alarma cómo el hombre se acerca. Tomás Morais le hunde la navaja por debajo de la barbilla y tira hacia abajo. El vientre se abre como la mañana y queda a la vista el sol del corazón. Le corta los conductos que lo riegan. Los intestinos se desparraman. Parecen nubes de tormenta. Los ojos del jabalí intentan ver lo que está ocurriendo ahí abajo. No se espanta. Aún no sabe que se está muriendo. Morais espera que el corazón se pare. Entonces, sin saber por qué lo hace, lo corta y se lo guarda, envuelto en una camiseta limpia que lleva de repuesto. También le arranca los riñones, después de hundir la mano en las entrañas y de rebuscar entre las vísceras, calientes.
   Todas las cosas muestran otra cara. Parece que está viendo el envés del mundo. Cerca ya de Astorga ve una carga de caballería contra un grupo de paisanos mal armados. Los caballos no son los animales mansos que él conoce. Son indistinguibles de sus jinetes. Parece que los propios caballos blanden las espadas con las que descargan golpes sin cesar al enemigo que avanza a pie. Se oye fuego de fusilería.
   Antes de echar a correr hacia el combate, se asegura de que aún lleva colgada del cuello la cajita que encierra el papel en el que el señor cura le ha escrito la salvación de su vida: “Detente bala”.

EMILIO GAVILANES, Autorretrato, Punto de vista, Madrid, 2015.
&
Åsa

sábado, 26 de diciembre de 2015

[LA FELICIDAD ES...], Emilio López Medina


   La Felicidad es una Matrona esquiva que a todos se ofrece, pero que a nadie se entrega.

EMILIO LÓPEZ MEDINA, El dolorUniversidad de Jaén, Jaén, 2011, página 32.
&
James Brady

viernes, 25 de diciembre de 2015

[FULGE EL FUEGO...], Manuel Villena

Fulge el fuego.
También tizna el hollín.
Todo es incendio...

Manuel Villena
&
Cy Twombly

jueves, 24 de diciembre de 2015

LA BARBACOA, Agustín Martínez Valderrama

LA BARBACOA (CANCIÓN DEL VERANO DE 1994)

   Aquel año celebramos la Nochebuena el 15 de Agosto. Sin nieve, villancicos, ni turrones; pero todavía con el abuelo.




AGUSTÍN MARTÍNEZ VALDERRAMA, Sentido sin alguno, Talentura, Madrid, 2012.
&
Sinisa Ponjevic

CUENTO DE NAVIDAD, Ovidio Paredes

CUENTO DE NAVIDAD

   Hay recuerdos que, con el paso del tiempo, se diluyen en la memoria y no sabemos distinguir muy bien si fueron del todo reales o si estuvieron a punto de serlo. Hay otros, sin embargo, que son tan nítidos que parece que hubiesen sucedido ayer mismo.
   Mi madre conserva muy vivo uno de estos últimos recuerdos. Esta mañana, cercana ya a una nueva Navidad, me lo vuelve a contar. Tenía unos ocho o nueve años, a finales de la década de los cincuenta. Años de alargadas y silenciosas sombras aún. El precio de la posguerra, tan alto, seguía ahí. Y también era Navidad. Una de aquellas Navidades en las que las montañas, en el norte, solían cubrirse de una nieve densa que parecía rozar el cielo y que destacaba poderosamente entre aquellos paisajes rodeados de minas de carbón donde trabajaban la mayoría de los hombres.
   A pesar de que era una buena estudiante, le gustaba quedarse en casa aquellos días de vacaciones: cerca de la cocina de carbón, del calor, de la trémula luz que surgía del carbón y de la leña ardiendo. "Te vas a quemar las manos", le decía la abuela cuando las acercaba demasiado a la cocina. Mi madre odiaba el frío y, en aquellos años, por estas fechas, hacía muchísimo frío.
   Aquel frío y una enfermedad mal diagnosticada la llevaron a padecer la enfermedad reumática y degenerativa que hoy padece. Pero ésa es otra historia. La historia que hoy me ha vuelto a contar mi madre es la del pavo. El que toda la familia iba a tomar en la cena de Nochebuena. Había que ir a comprar el pavo al mercado.
   Por entonces, aquellos pavos se vendían vivos, y los compradores debían encargarse de terminar con sus vidas para cocinarlos. La abuela, en el pueblo de Galicia del que procedía, había aprendido a hacerlo. Ahí van: mi madre y la abuela, de casa al mercado, muy abrigadas (gorros, bufandas, guantes, leotardos), contentas, tal vez resguardadas de la lluvia bajo el enorme paraguas del abuelo. Puedo verlas, de la mano, mientras ella, mi madre, me cuenta de nuevo la historia.
   La abuela era muy alegre, y su sonrisa y su sentido del humor lo contagiaban todo. Llegaban al mercado y tenían que hacer una larga cola. Siempre se encontraban con alguna conocida del barrio durante la espera. Todo el mundo quería un pavo para aquella cena. Un buen rato más tarde, algo cansadas, regresaban a casa.
   Nada más llegar, aquel pavo, tal vez consciente de su inmediato futuro, corría de un lado a otro de la cocina y del balcón. Aquel balcón en el que, cuando llegaba el buen tiempo, las mujeres se sentaban para charlar, realizar sus tareas y sentir los primeros calores en las piernas sin medias.
   Mi madre recuerda las carcajadas nerviosas de la abuela. Las suyas propias, también nerviosas. La sensación cómica (y un tanto surrealista) del asunto. Llegaba un momento en que, a sus ocho o nueve años, mi madre no quería que la abuela acabase con la vida del animal. Podemos cenar otra cosa, decía tímidamente. Tal vez pescado, aunque mi madre aborrecía limpiarlo. La abuela la miraba con incredulidad y volvía a reírse. El pavo estaba listo para ser cocinado. Sólo faltaba quitarle las plumas. La abuela se las quitaba, una a una, cantando alguna de sus coplas favoritas.
   Ahora, a sus ocho o nueve años, mi madre está sentada a la mesa con sus padres y su hermano mayor. El pequeño, medio dormido, aún está en la cuna. Mi madre lleva puesto su vestido nuevo y algún complemento en el pelo hecho con un retal del mismo género del vestido. El último que la abuela, modista de profesión, le ha confeccionado. El pavo está ahí, en la bandeja. Es enorme. El guiso tiene muy buen aspecto (la abuela era una gran cocinera) y huele deliciosamente.
   Sin embargo, mi madre no quiere comerlo. "No puedo", susurra. Se acuerda de cuando estaba vivo. El pavo en el mercado, de camino a casa, corriendo por la cocina y el balcón. Intentando huir de su destino. Mi madre no puede quitarse esas imágenes de la cabeza. Las sonrisas nerviosas de ambas. Los abuelos la miran y le indican, sin decir palabra, que tiene que comérselo. Mi madre va partiendo aquel trozo de carne en pedacitos, desganada. Y se los lleva a la boca lentamente, reprimiendo las lágrimas, pensando en otras cosas. Pensando en los días de calor. En aquella playa, la de Gijón, a la que los abuelos solían llevarla cuando llegaba el verano. En aquella cometa que volaba de un lado a otro y que estuvo a punto de romperse varias veces cuando, al final de uno de aquellos días, se levantó una fuerte e inesperada ráfaga de viento.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

[LO PENOSO NO ES LA SOLEDAD...], Jordi Doce

Lo penoso no es la soledad en sí, sino lo que cuesta, lo que se tarda en domarla...

JORDI DOCELa puerta del año, Publicaciones de la Antigua Imprenta Sur, Málaga, 2007, p. 19.
&
Brooke Shaden

martes, 22 de diciembre de 2015

[LOS CARBONES ARDIENTES...], Carlos Edmundo de Ory

   Los carbones ardientes del recuerdo.


CARLOS EDMUNDO DE ORY, Nuevos Aerolitos, Ediciones Libertarias, Madrid, 1995, p. 32.
&
Marc De Troyer

lunes, 21 de diciembre de 2015

LA ÚLTIMA MÚSICA DEL TITANIC, José de la Colina

LA ÚLTIMA MÚSICA DEL TITANIC

A Gerardo Deniz

Je sens vibrer en moi toutes les passions
d’un vaisseau qui souffre

Baudelaire.


Poco antes de la medianoche, entre el 14 y el 15 de abril de 1912, en su primer viaje y en el quinto día de navegar por el Atlántico desde Southampton Inglaterra a Nueva York Estados Unidos de Norteamérica, el RMS Titanic, de la compañía  británica White Star, el mayor y más lujoso de los buques de pasajeros de todos los tiempos, un babilónico gran hotel sobre agua, inhundible según los expertos, cargado de dos mil doscientas personas (aristócratas, multimillonarios, gente de clase media, obreros emigrantes, marinos, maquinistas, personal de servicio, fogoneros), recibió un lateral y deslizado impacto de un iceberg súbitamente aparecido que antes de alejarse le desgarró las planchas metálicas del costado de estribor con un ruido que los tripulantes y pasajeros describirían como un débil rechinar o el rodar de un millar de canicas o el rasgarse de una pieza de seda o el roce de un dedo gigantesco por el recubrimiento metálico del barco, pero que los maquinistas y fogoneros sintieron como la explosión de una inmensa arma de fuego, como el rugido del trueno o el zumbido de un potente chorro de agua helada, y, tras una sacudida que despertó a unos pocos pasajeros,

el barco se detuvo en el que sería el último punto de su trayecto horizontal y sobreacuático, 41º 46’N, 50º 14’O, e inmediatamente el capitán Edward J. Smith, que había gozado esa misma noche de una fiesta dada en su honor por algunos de los más distinguidos viajeros, en la cual bailó tal vez un vals con la bella y parlanchina condesa de Rothes,

el blanquibarbado y digno capitán Smith, cuyo imponente porte no respondía a la trivialidad de su apellido, y que llegado a los 62 años de edad tenía ya decidido coronar su larga y eficiente carrera en la compañía marítima White Star retirándose tras ese afamado viaje en el suntuoso barco que consideraba tan invulnerable como para haber desdeñado a lo largo del día no menos de siete mensajes telegráficos de otros barcos acerca de la abundancia de icebergs en la zona, comprendió que el Titanic no tardaría en hundirse sino dos horas cuando mucho, de modo que había que mantenerlo a flote el mayor tiempo posible, disponer la evacuación ordenada de los pasajeros en botes salvavidas que, en conjunto, sólo eran capaces para poco más de la mitad de quienes iban a bordo, enviar hacia el entorno del vasto mar y la vasta noche el mensaje telegráfico de petición de socorro, inaugurando el uso de esa señal compuesta de tres letras Morse: tres puntos, tres rayas, tres puntos, S.O.S. (que lo mismo puede querer decir Save our sailors que Save our souls), ordenar que se lancen  andanadas de cohetes luminosos, y resignarse a perecer con su embarcación según la tradición de la marina,  la marina señora de los mares, la del cantado lema Rule Britannia, Britannia Rule the seas, oigan ustedes esa canción dentro del cráneo del capitán Smith, si ese cráneo está en alguna parte, oigan luego al capitán Smith ordenar a telegrafistas y coheteros la emisión de mensajes en petición de socorro, aconsejar a la tripulación: “Comportaros como súbditos de Su Majestad Británica”, y

entre otras medidas rápidamente tomadas para evitar el pánico de los pasajeros que empezaban a subir a cubierta, la mayoría arrancados al sueño, muchos sin poder creer o entender lo que sucedía, algunos todavía con la copa en la mano porque habían alargado los toasts en el salón parisién, otros más jugando a arrojarse los trozos de hielo que dejó el taimado iceberg antes de seguir su ignoto destino en la noche, unos pocos temblando ya ante el silbar y rugir del vapor desde la sección de calderas, y ante la paulatina inclinación de la proa, el capitán Smith hizo llamar a los miembros de la banda musical del Titanic, que esa misma noche habían tocado valses, polkas, romanzas, tangos, cakewalks, ragtimes, en la fiesta dada al capitán, y que, conocedores ahora de la situación, recomenzaron la música, quince minutos después de medianoche, en el mismo salón de primera clase, y luego pasaron a la entrada de la cubierta de botes y cerca de la escalera principal, así que mientras los demás pasajeros corrían, se amontonaban, tropezaban, se abrazaban, se ponían los chalecos salvavidas en aquella cubierta, e intentaban meterse a los insuficientes botes de salvamento, allí estaban aquellos siete músicos de los que, lo siento, sólo puedo dar el nombre de su director, Wallace Hartley, porque el único documento gráfico que de ellos he visto es un conjunto de ovales fotos que un libro reproduce en tamaño tan mezquino que, si bien los rostros pueden distinguirse, dos con bigotes, dos con sombrero (de copa uno de ellos), ninguno viejo e incluso uno con aspecto de muchacho, en cambio quedan minúsculos e ilegibles sus nombres y la especificación de los instrumentos que tocaban, y únicamente en una de las imágenes la mano del retratado descansa sobre el mástil y las cuerdas de un violonchelo, por lo cual queda suponer, hasta nuevos datos, que la orquesta estaba formada como cualquiera de su tipo y época, digamos con unpequeño piano trasladable, un saxofón, o flauta, o clarinete, un violín o un cello, más acaso un banjo o ukelele para el ragtime, no sé si una batería de  percusión, no sé, lo único que habría sobrevivido a la disolución y la corrosión en el fondo del mar sería algún instrumento metálico, y cuando los esparcidos restos del Titanic y el barco mismo fueron hallados por el equipo de Robert D. Ballard en 1985, setenta y tres años después, no se halló nada parecido a un instrumento musical, aunque sí se encontraran muchas botellas de vino y champagne milagrosamente intactas y aun con corcho, y una cabeza de muñeca y hasta zapatos y botas,

y tampoco sé ni nadie sabe, porque los testimonios de los sobrevivientes no concuerdan, qué género de piezas tocaban los siete músicos, se habla sólo de “melodías animadas”, “miscelánea musical alegre”, “ritmos vivaces y muy sincopados”, “ragtime”, en fin, yo sólo me atrevo a suponer que hacia el final, que les llegó hacia las dos horas y quince minutos de la madrugada del lunes 15 de abril, ya sumergida la proa, el puente barrido y hundido por el agua, apretujados en la popa la mayor parte de los 1 500 pasajeros que no tuvieron lugar en los botes, y cuando el capitán Smith hubo dicho que desde ese momento cada uno debía valerse por sí mismo, cuando el sacerdote Thomas Byles estaba apresuradamente oyendo confesiones y dando absoluciones, tal vez los siete valientes músicos tocaron alguna pieza religiosa o el God Save the King o alguna de las solemnes cuatro marchas militares escritas entre 1901 y 1907 por Edward Elgar bajo el título Pomp and Circunstance, casi escucho esa música, casi veo a los siete hombres de pie, vestidos de etiqueta, muy juntos, en estrecho círculo, tratando de diluir su miedo y aplicándose concentrada, amorosa,  profesionalmente, a emitir su música, casi se diría aislados del caos, del tumulto, el griterío de la gente que pasa corriendo, empujándose, atropellándose, llorando, gritando, gimiendo, rezando, en torno a ellos, esos siete aparentemente impasibles anglosajones que, sabiendo ya inútil cualquier esfuerzo por salvar el barco, por intentar salvarse ellos mismos, ponen su pundonor técnico, su orgullo de artistas, cualquiera que sea su categoría musical, en dar un sonido perfecto, llevar bien el tiempo, no soltar notas falsas, en lograr en fin lo que seguramente, aunque nadie sino ellos lo advierta, es la mejor performance de sus vidas, quizá cada uno permitiéndose una parte de solo entre partes de tutti, mientras el agua ya les moja los pies y es difícil mantener el equilibrio pues la cubierta ya tiene una inclinación de casi cuarenta y cinco grados, y de pronto

los interrumpe y silencia el gran estruendo de calderas que estallan, y luego el parpadeo y súbito apagarse de todas las luces, y la sacudida de la popa al partirse por el estallido de las calderas, y el desprenderse del resto del buque, y finalmente sueltan los instrumentos o se aferran a ellos, todo se abalanza verticalmente, todo se sumerge en las ávidas, frías, oscuras, feroces aguas, y nuestros siete (in)mortales músicos se ahogan y son arrastrados al fondo del océano, allá abajo, a cuatro kilómetros de profundidad, de silencio, de no música, donde yacieron desde entonces convirtiéndose como diría Shakespeare en something rich and strange antes de que el silencioso fondo del mar  corrompa y disuelva sus esqueletos.

JOSÉ DE LA COLINA, Traer a cuento,FCE, México, 2014.
&
Valentin Gubarev

domingo, 20 de diciembre de 2015

METAFICCIÓN, John Sutterland

METAFICCIÓN

   La metaficción es una narrativa deliberadamente consciente de ser un proceso y que, además, se recrea en ello. Conforme aumenta su corpus, la literatura se va haciendo más consciente de ella misma. Se aspira a la originalidad, pero se comprueba que cada vez es más escurridiza. En la literatura no hay demoliciones. Las cosas van aumentando inexorablemente y cada vez a mayor velocidad. En la época de Dickens se producían unas mil novelas al año. En el siglo XX, se consideraría un año pobre si no se llegasen a los 10.000 títulos, más las 10.000 nuevas recreaciones que surgen de ellos en la «sala de recreaciones» literarias.
   ¿Toda la ficción es metaficción? El término metaficción tiene un origen reciente, no más de cuatro décadas. Pero visto re­trospectivamente, se pueden detectar elementos de metaficción en las primeras obras literarias. Por ejemplo, Don Quijote es una «antinovela». El melancólico caballero, con su armadura de car­tón y su cómica interpretación de la caballería, no es más que un travieso ajuste de cuentas metanarrativo de Cervantes hacia las obras de caballería, como El canto del Mio Cid y otras muchas no­velas medievales sobre caballeros errantes.
   La parodia literaria es una forma estandarizada de metaficción (por ejemplo, Shamela, de Henry Fielding, era una versión cómica de Pamela, de Samuel Richardson). Otra clase de metaficción es el homenaje narrativo (por ejemplo, Las horas, de Michael Cunningham, es un tributo a La señora Dalloway, de Virginia Woolf). Lo mismo ocurre con la épica burlesca (por ejemplo, El rizo robado, de Alexander Pope). Otra forma de metaficción es la conocida como «variación consciente de un tema popular», como Foe, de Coetzee (en la isla de Robinson Crusoe hay otro náufrago, una mujer, una conocida del novelista Daniel Defoe). Ninguna de estas obras funcionaría sin esa otra literatura, cuya existencia recuer­dan constantemente al lector.
   La metaficción es extremadamente consciente de la otra ficción y, además, una de sus características está en esa elaborada autocon­ciencia. Se regocija en el «narcisismo», en un guiño al lector de «mira lo que estoy haciendo». La autorreferencialidad alcanza el estatus de una extensa broma en un texto pionero del canon de la gran metaficción: Tristram Shandy, de Lawrence Sterne. Ya bien avanzado el libro, presenciamos un momento cómico sublime. El narrador, Tristram, que al igual que otros escritores de biografías, ha decidido hacer una crónica de toda su «Vida y Opiniones», des­cubre que la tarea que se ha impuesto es imposible. Se acumula tanto en su vida que no le daría tiempo a escribirlo. La necesidad del narrador de hacer digresiones (describir situaciones, aconteci­mientos, circunstancias) le impide avanzar. Nunca se alcanzará a sí mismo. Es un aprendiz de brujo, sin brujo que lo rescate. La meta­ficción se entremezcla en la metanarrativa a la manera de Shandy.
   Por supuesto, los novelistas, como otros narradores (los del cine, por ejemplo, que sólo disponen de dos horas para desarrollar la obra), han desarrollado estrategias para esquivar el dilema de Tristram, sin molestar al lector con el asunto. Es una broma básica: «Mi próximo truco es imposible», como dice el mago. A continua­ción, sigue adelante y lo hace.
   Podríamos ir mucho más allá y sugerir que toda la ficción es, en cierto grado, metaficción. Cuando escribimos una novela, sabe­mos que estamos trabajando a la sombra de otras novelas. La no­vela nunca puede ser totalmente nueva. En la época moderna, el corpus de literatura se ha multiplicado sin precedentes y muchos escritores han utilizado este hecho para hacer de la imposibilidad genérica un mérito o una perspectiva de trabajo.
   Donald Barthelme (1931-1989) es uno de estos virtuosos de la metaficción. Una de sus novelas (o anti-novelas) más conocidas es Snow White (1967), una fantasía literaria sobre los dibujos de Disney, a partir del cuento alemán original, Blancanieves. La Blan­canieves de Barthelme comienza con un inventario corporal de su belleza, incluyendo comentarios sobre sus magníficas nalgas, y acaba en una conducta deshonrosa con los enanos en la ducha.
   Metaficción y originalidad La metaficción se centra en el eterno problema literario (especialmente molesto para el escritor moderno) de cómo alcanzar la originalidad dentro de la enorme e ineludible no-originalidad. Todo el espacio literario está ocupado; se han contado todas las historias. ¿Qué otra cosa puede hacer el es­critor excepto masticar el chicle que han dejado los otros escritores?
   Otra solución es recuperar las historias antiguas, pero de forma di­ferente, por medio de inflexiones y giros modernos. Masticar el viejo chicle de otra manera. En los últimos años, la revisión litera­ria ha producido una abundante cosecha de las llamadas novelas posvictorianas. Representa una de las tendencias más populares de la metaficción contemporánea y parece que aún se pueden seguir exprimiendo.
    El punto de origen es una novela de Robert Graves, El auténtico David Copperfield (1933). La novela de Gra­ves adquiere maliciosamente una nueva perspectiva, al narrar la historia de Dickens desde otro ángulo. In­troduce elementos más para «adultos» en la relación del héroe con su Agnes, en vez de los «y fueron siem­pre felices»; por ejemplo, los deseos sexuales son mu­cho más complejos que los del David de Dickens (es él, y no Steerforth, quien codicia a L’il Emily).
   Siguiendo a Graves, ha habido una enorme profusión de historias contadas desde puntos de vista alternativos: Cumbres borrascosas, desde la perspectiva de Nelly Dean, o Jane Eyre, desde la perspecti­va de Berta Mason (por ejemplo, Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys). Este género se ha impulsado muchísimo gracias a la enorme audiencia conseguida por las series de televisión sobre el periodo victoriano. La adaptación que Andrew Davies realizó de Middle­march, de George Eliot, convirtió a la novela en la número uno de las listas de best-sellers, en 1994. Trollope, Dickens y Mrs. Gaskell se han beneficiado de este éxito póstumo. Se crea una extraordina­ria reciprocidad. Si una novela se lleva a la televisión, como por ejemplo, La feria de las vanidades, o El mundo en que vivimos, de Tro­llope, después empieza a leerse de forma intensa (normalmente en grupos de lectura, un fenómeno moderno fascinante); y, por últi­mo, acaba incluyéndose entre las lecturas obligatorias de colegios y universidades. De esta manera, el autor vuelve a la vida.
   Un gran best-seller del género neo-victoriano es la serie de nove­las de «Flashman», de George MacDonald Fraser. A través de doce volúmenes, nos presenta la escandalosa carrera del villano sin ver­güenza de Tom Brown’s Schooldays (Los días escolares de Tom Brown). Un no va más de este tipo de literatura es la serie burlesca de Jasper Eforde, «Thursday Next». En uno de los libros, The Well of Lost Plots, los protagonistas de Cumbres borrascosas aparecen como demandantes ante un tribunal de jurisdicción para que se decida a quién pertenece legalmente su obra narrativa. En un pla­no más serio, encontramos novelas ganadores del premio Booker, como Posesión, de A. S. Byart, La mujer del teniente francés, de John Fowles, y Falsa identidad, de Sarah Waters, que crean narrativa victoriana un siglo después de que ese periodo haya muerto. Mien­tras crezca el corpus literario, la metaficción (novelas sobre nove­las) también crecerá. Quién sabe si algún día será la única forma posible de ficción.

JOHN SUTHERLAND, 50 cosas que hay que saber sobre literatura, Ariel, Barcelona, 2014, pp. 118-121.
&
Guy Laramée

sábado, 19 de diciembre de 2015

[LA NIÑA MIRA A SU MADRE...], Carlos Skliar

 
  La niña mira a su madre mientras lee. La mira y murmura frases para sí misma. Todo está quieto ahora, en suspenso, como si un largo día no fuera otra cosa que un fin de tarde que nunca desaparece. Cuando la madre hace una pausa, la niña se le acerca y pregunta, con voz de secreto: “Mami: ¿qué estás haciendo?”. “Leyendo”, responde la madre. La niña insiste: “¿Qué es leyendo?”. La madre le muestra el libro a la niña y dice: “¿Ves? Aquí hay historias que todavía no conocemos. Hay que buscarlas. Eso es estar leyendo”. La niña se queda quieta y mientras acaricia el brazo de su madre, le pregunta:“¿Pero: leyendo es en las partes blancas o en las partes negras?”.



CARLOS SKLIAR, Hablar con desconocidos, Candaya, Barcelona, 2014, p. 123.
&
Federico Zandomenegh

viernes, 18 de diciembre de 2015

[ENJABONADO...], Emilio Pedro Gómez


Enjabonado
huye el silencio
a las alcantarillas.

EMILIO PEDRO GÓMEZ, Haikus de la casa, Eclipsados, Zaragoza, 2010.
&
Chema Madoz

jueves, 17 de diciembre de 2015

[SUEÑA EL CANARIO...], Carmen Camacho

   Sueña el canario que su criador gana un certamen de mudos.

CARMEN CAMACHO, Campo de fuerza, Delirio, Salamanca, 2012, p. 49.
&
Simon Quadrat

miércoles, 16 de diciembre de 2015

RECIPROCIDAD, Wislawa Szymborska

RECIPROCIDAD

Hay catálogos de catálogos.
Hay poemas sobre poemas.
Hay obras de teatro sobre actores representadas por actores.
Cartas motivadas por cartas.
Palabras que sirven para explicar palabras.
Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Hay tristezas contagiosas al igual que la risa.
Hay papeles que provienen de legajos de papeles.
Miradas vistas.
Casos declinados por caso.
Grandes ríos con gran participación de otros pequeños.
Bosques hasta sus bordes desbordados de bosque.
Máquinas destinadas a construir máquinas.
Sueños que de repente nos arrancan del sueño.
Salud necesaria para recuperar la salud.
Escaleras tan hacia abajo como hacia arriba.
Gafas para buscar gafas.
Inspiración y espiración de la respiración.
Y ojalá de vez en cuando
odio al odio.
Porque a fin de cuentas
lo que hay es ignorancia de la ignorancia
y manos ocupadas en lavarse las manos.

WISLAWA SZYMBORSKA, Hasta aquí, Bartleby, Madrid, 2015, p. 13.
&
Man Ray

martes, 15 de diciembre de 2015

PROPÓSITO, Pedro Sevilla

PROPÓSITO

Portarme, ante el dolor, como ese almendro,
que herido por el hacha deja caer sus ramas,
donde no han de volver nunca los trinos.

Ser, como él, copa de luz,
fecunda espera,
paciencia milenaria
que sabe ha de tornar el sol de marzo
a florecerle el alma,
a llenar de perfume sus heridas.

PEDRO SEVILLA, Serán ceniza, Libros Canto y Cuento, Jérez, 2015.
&
Vincent van Gogh



lunes, 14 de diciembre de 2015

IMPRESIÓN ZOOLÓGICA, José Mateos

IMPRESIÓN ZOOLÓGICA

   Nada une tanto a una manada de lobos como el crimen cometido.

JOSÉ MATEOS, La razón y otras dudas, Pre-Textos, Valencia, 2007, p. 122.
&
Stefan Zsaitsits

domingo, 13 de diciembre de 2015

CADENAS, Wislawa Szymborska

CADENAS

Un día sofocante, la casa de un perro y el perro encadenado.
Unos pasos más allá un platito lleno de agua.
Pero la cadena es demasiado corta y el perro no alcanza.
Añadamos a la imagen un detalle más:
nuestras mucho más largas y menos visibles cadenas
gracias a las cuales podemos pasar de largo tranquilamente.

WISLAWA SZYMBORSKA, Hasta aquí, Bartleby, Madrid, 2015, p. 27.
&
Juss Piho

sábado, 12 de diciembre de 2015

[EL DESEO...], Fernando Menéndez


   El deseo, un espacio más pesado que el sueño.

FERNANDO MENÉNDEZ, Tira líneas, Difácil, Valladolid, 2010, p. 7.
&
Romandaom

viernes, 11 de diciembre de 2015

ABC, Wislawa Szymborska

ABC

Ya nunca sabré
qué pensaba de mí A.
Si B. llegó a perdonarme de verdad.
Por qué C. fingía que no pasaba nada.
Qué papel jugó D. en el silencio de E.
Qué esperaba F., si es que algo esperaba.
Qué fingía G., a pesar de estar segura.
Qué quería ocultar H.
Qué quería añadir I.
Si el hecho de que yo estuviera a su lado
tuvo alguna importancia
para J. para K. y para el resto del alfabeto.

WISLAWA SZYMBORSKA, Antología poética, Visor, Madrid, 2015, p. 245.
&
Daniel Malva

jueves, 10 de diciembre de 2015

[TODO CUANTO SOÑÉ...], Fernando Pessoa

Todo cuanto soñé, o quise, amando,
el abismo incluye, y forma un bulto blando
cuya aérea presencia forma mis sueños,
pero mis sueños como yo viven pasando.

FERNANDO PESSOA, Rubaiyat. Canciones para beber., El Gallo de Oro, Bilbao, 2015, p. 35.
&
Caroline Huwart

miércoles, 9 de diciembre de 2015

[LA POESÍA CURA...], Novalis

   La poesía cura las heridas que causa el entendimiento.

Novalis
&
Sally Mann

martes, 8 de diciembre de 2015

[ÓXIDO, HERRUMBRE...], Manuel Villena



Óxido, herrumbre...
Supura hiel el odio,
quema, enfanga...


Manuel Villena
&
Autor desconocido

lunes, 7 de diciembre de 2015

A ALGUNOS LES GUSTA LA POESÍA, Wislawa Szymborska


A ALGUNOS LES GUSTA LA POESÍA

A algunos,
es decir, no a todos.
Ni siquiera a los más, sino a los menos.
Sin contar las escuelas, donde es obligatoria,
y a los mismos poetas,
serán dos de cada mil personas.

Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos,
como les gustan los cumplidos y el color azul,
como les gusta la vieja bufanda,
como les gusta salirse con la suya,
como les gusta acariciar al perro.

La poesía,
pero qué es la poesía.
Más de una insegura respuesta
se ha dado a esta pregunta.

Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro
como a un oportuno pasamanos.


WISLAWA SZYMBORSKA, Poesía no completa, FCE, México, 2002, p. 307.
&
Marina Abramović

domingo, 6 de diciembre de 2015

CAPACIDAD DE ENGAÑO, Roberto Abad

CAPACIDAD DE ENGAÑO
   Me di a la tarea de contar el número de seres marinos que tenía aquella costa. A las horas me encontré con un grupo de sirenas que cuchicheaban cerca del muelle, refugiadas en la parte de abajo. Quise acercarme, pero me tentó la idea de observarlas primero. Con la curiosidad de quien no cree en estos personajes mitológicos, registré en mi libreta su apariencia estilizada. Me observaban cada que volvía la vista. Una de ellas sonrió. Más por educación que por empatía, hice lo mismo. Las demás se rieron también, agitando la cola y las aletas, seduciendo al observador. Me apenó ser víctima de su hermosura. Conté: eran once en total. Pensé que sería interesante tenerlas en una especie de harén. Las imaginé a mi servicio en una tina gigante, removiendo el agua y la espuma con sensualidad. 
    Al volver a la libreta, se habían ido y restaba sólo una, la más alegre. Me acerqué a entrevistarla, pero me abordó: ¿qué te trae a estas aguas, guapo?, dijo enseguida, con una voz rasposa, que no encajaba con su apariencia. Entonces supe que no era una sirena, sino una imitación pesimamente lograda, que ni siquiera al género correspondía. Igual le hice una pregunta: ¿por qué engañas haciéndonos creer que eres una de ellas? Da igual, contestó, algunos prefieren a los tritones. Y se alejó saltando por las olas.
ROBERTO ABAD, Orquesta primitiva, Tierra Adentro, México D.F., 2015, 104 páginas. 
&
Evelyn Pickering De Morgan

sábado, 5 de diciembre de 2015

[LA CLARIDAD...], Vauvenargues

    La claridad es el ornato de los pensamientos profundos.


Vauvenargues
&
Albert Watson

viernes, 4 de diciembre de 2015

[CON EL SIGUIENTE VIENTO...], Abbas Kiorastami

Con el siguiente viento
¿a qué hoja le tocará el turno
de caer?

ABBAS KIORASTAMI, Compañero del viento, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama, 2006, p. 56.
&
Yoho Tsuda

jueves, 3 de diciembre de 2015

[LO QUE NOS HACE PERSONAS NORMALES...], Haruki Murakami


   Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales.

HARUKI MURAKAMI, Tokio blues, Tusquets, Barcelona, 2005.
&
Albert Watson

miércoles, 2 de diciembre de 2015

[CHÍA EL MIRLO...], Manuel Villena

Chía el mirlo.
Oscurecen su nido
garras de azor.


Manuel Villena
&
Matthew Kelly

martes, 1 de diciembre de 2015

[LA VIDA...], Roger Wolfe

La vida, una enfermedad terminal: primero te asustas, luego te re­belas, y finalmente te resignas.


ROGER WOLFE, Escrito con la lengua, Huacanamo, Barcelona, 2012, p.142.
&
André Steiner