viernes, 31 de mayo de 2013

[TIENE MIEDO LA LLUVIA..], Carlos Skliar




Tiene miedo la lluvia. Miedo a no dejar encontrarnos. Miedo al desplante de los árboles.  Miedo a la soledad de los perros. Miedo a los niños que huyen. Miedo a los vagabundos, a  las persianas y a las azucenas. Miedo al golpe sobre la punta de los paraguas negros. Y ya  no cae.

CARLOS SKLIAR, No tienen prisa las palabras, Candaya, Barcelona, 2012, p. 137.


jueves, 30 de mayo de 2013

[SÓLO ALGUNOS MURMULLOS...], Miguel Ángel Hernández





   Sólo algunos murmullos. Indistinguibles. Luego, llegaron las palabras.
   —Una puta locura.
   —Habría que encerrarlo.
   —Locos hay en todas partes.
   Todos parecían estar de acuerdo. Flanagan era un perturbado. Estaba loco. No era un artista. Esa película no debería mostrarse. Yo comprendía sus comentarios. Había algo en las imágenes capaz de trastornar a cualquiera. Pero intuí también que había algo allí que estaba más allá de la locura. Algo que merecía la pena. Lo percibía, lo tenía claro. Por eso decidí intervenir.
   Esbocé mi argumento en un papel, como si fuera un discurso, levanté la mano y comencé a hablar con más temor que otra cosa:
   —Lo que yo pienso —dije— es que si la imagen nos sorprende y nos indigna es porque no la esperábamos. Todo lo contrario de las imágenes crueles de la televisión. Con ésas estamos acostumbrados a convivir.
   Mis compañeros me miraron. Pocos compartían lo que estaba diciendo. Miré a Helena. Y ella sí que parecía seguir la argumentación. Así que continué. Y dije que esas imágenes terribles formaban parte básica de nuestra dieta y que nadie quizá pudiera ya hacer bien la digestión sin la sesión diaria de niños hambrientos, madres doloridas y cuerpos desmembrados. Dije que era posible que la comida no nos sentase tan bien sin esa especia que condimentaba nuestros alimentos. Sal, aceite, vinagre y, por supuesto, sangre, vísceras, brazos, piernas y llantos. Alguna satisfacción interior debíamos de encontrar en esas imágenes si las seguíamos viendo, si continuábamos comiendo como si nada y no tomábamos las armas y nos poníamos a pegar tiros en la calle y a poner las cosas en su sitio.
   Me emocioné con la intervención. Y aunque quería parar ya, no encontraba la manera de hacerlo. Siempre me ha costado trabajo comenzar a hablar, pero muchas veces me ha sido más difícil dejar de hacerlo.


MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, Intento de escapada, Anagrama, Barcelona, 2013, pp. 23.

miércoles, 29 de mayo de 2013

GIN TONIC, Juan Salmerón


GIN TONIC

   Un dedo con una uña rota.
   Dos dedos elevando el nivel de ginebra en la copa.
   Tres dedos sosteniendo una botella: en su cristal grabado el mapa de Islandia.
   Cuatro dedos pulsando la sien de quien se dejaría desvanecer en el cráter del volcán, de quien querría estallar como un pétalo arrastrado por el tallo del géiser.
   Cinco dedos tamborileando a ritmo de jazz.

   Ninguna palabra. Nada que verbalice la fuga. Nada que pigmente la desolación. Un silencio aferrado al vacío multicolor de los tentáculos.

   Una mano a la que salvaría la delicadeza de una caricia y, sin embargo, se demora, alineando sobre la mesa, como reblandecidos perdigones, varias bayas de enebro.

martes, 28 de mayo de 2013

LOS TOURS, Miguel Gila




LOS TOURS

   El verano pasado hice un tour por Europa. Recorrimos en once días diecinueve países, ¡deprisa! ¿eh?: «Vamos, vamos, vamos». «Que me hago pipí». «En Holanda, señora». Se bajó las bragas en Bélgica y llegó justito, que íbamos todos en el autocar diciendo: «Que nos mea, que nos mea». Nada. El guía lleva calculada la elasticidad de la goma, la longitud de las piernas, todo.
   Pero precioso. Nos llevaron, de entrada, digamos como para ir haciendo boca, a la torre inclinada de Londres, de ahí a París. Vimos la Torre Infiel, el Museo de la Ubre, que o la ubre ni la vi a esa velocidad qué vas a ver.
   Venía un señor muy culto que quería visitar los Inválidos y le dijeron: «Mire ese manquito y rápido». Después nos llevaron al monumento al Soldado Descolorido, y a una plaza en la que los franceses se tomaron la pastilla, y de ahí a la tumba de Napoleón, que nos dijo el guía: «Ahí están las cenizas de Napoleón». ¡Cómo fumaba! Un cajón lleno de ceniza.
   De París fuimos a Roma, al Vaticano. ¡Vaya negocio que se han montado, y empezaron con un pesebre! Precioso el Vaticano. El Papa estaba en el sillón papal, al fondo de un pasillo muy ancho, con el suelo de mármol, brillante. Venía un andaluz en el tour, con zapatos nuevos que había estrenado para este acontecimiento. Y dijo: «Yo me viá a asercá ar Papa, pa’ que me dé su bendisión». Cuando dio el primer paso, entre el brillo del suelo y los zapatos nuevos..., pegó una resbalada... y salió disparado con el culo por el mármol, las dos piernas levantadas, con los zapatos por delante. El Papa, que le Vio venir, levantó el codo y el andaluz pegó un chocazo contra la tarima donde estaba el sillón papal, que sonó... El Papa, como corresponde a su jerarquía, contuvo la risa, y muy amablemente, dijo; «Buona sera». Y dijo el andaluz: «Buena sera, pero mucha cantidá».
   De ahí nos llevaron al circo romano, que era un circo donde los leones se comían a los cristianos, pero ni vimos leones ni cristianos.
   Luego nos llevaron a un pueblo precioso, que las calles son de agua y venden los terrenos por litros cuadrados, y que van todos en canoas, como en el estanque del Retiro pero en fino. Todo lleno de puentes, el puente de los bostezos o de los ronquidos, o de los suspiros, no me acuerdo bien.
   Y después a Grecia. A mí, Grecia, ¿qué quieren que les diga, es un país que, bueno, que sí, que está, no vas a ser tan ignorante de decir ¡huy, no está Grecial, está, pero cómo está, todo roto, todo tirado por el suelo, viejo, del año del pedo. Todas las estatuas rotas, a una le falta la cabeza, a otra un brazo, a otra una pierna, decía yo: «¡Coño! que hagan una con todas».
   A mí Grecia no me gustó. Claro, que no la vimos bien, porque llevábamos media hora y preguntamos: «¿Qué país es a éste?» «¡Grecía!». «De nada».
   Y otra vez al autocar.

MIGUEL GILA, Siempre Gila, Aguilar, Madrid, 2001, pp.119-121.

lunes, 27 de mayo de 2013

PARMÉNIDES, Juan Carlos Mestre



PARMÉNIDES

La verdad es una diosa que ensena el camino a los errantes. Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche. El olvido es la presencia aparente de lo que aún existe. La diosa habita el círculo de la benevolencia, es piadosa. Lo femenino es la rueda de un carro, lo masculino la otra. Yo soy dos semejanzas paralelas de amor, dos infinitos. No sé si las yeguas piensan o padecen, dudo entonces. ¿Es más justo el que nace o el que no pudo ser? Cuando me muera regresaré al todo de la nada. Estoy contento.

JUAN CARLOS MESTRE, La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon, Calambur, Madrid, 2012, p. 79.

domingo, 26 de mayo de 2013

[EN UN SENTIDO ÉTICO...], Guido Ceronetti



   En un sentido ético, la así llamada biósfera es ya toda ella una pura tanastósfera. En un sentido material —así como la rueda sigue al carro— también...

GUIDO CERONETTI, Los pensamientos del té, Muchnik, Barcelona, 1994,  p. 138.

Ilustración: Marcin Owczarek

sábado, 25 de mayo de 2013

[ME ACUERDO...], Javier Serrano


... me acuerdo de una foto de Robert Walser, muerto en la nieve, en las afueras del psiquiátrico donde residía...

JAVIER SERRANO, Memoria de pez, Creative Commons, Madrid, p. 76.

viernes, 24 de mayo de 2013

SOMBRAS, Ricardo Álamo


SOMBRAS

   Por fin quietas. Pero el hombre y la mujer que esperan el autobús aún siguen estupefactos después de ver copular a sus sombras.

jueves, 23 de mayo de 2013

[LA VIOLONCELISTA SABE...], Thomas Bernhard



   La violoncelista sabe que entre ella y el director de la orquesta de opereta no hay más que asco. Sin embargo, cada día a la misma hora se desliza por la puerta de la habitación de él y se mete en su cama. El mal de las mujeres de treinta años se ha apoderado de ella y, por mucho que trate de defenderse, el proceso de su destrucción avanza irresistiblemente. Bajo el techo del Conservatorio, ella toca incesantes movimientos de sonatas, en los que se precipita como un animal para destrozarlos. Pasa hambre con increíble brutalidad y se queda borracha en la cama durante días enteros, para proseguir luego su labor de aniquilación con tanta mayor energía. Lo vende todo y se encuentra de pronto con un solo vestido, negro y cerrado hasta el cuello. Rompe su instrumento agarrándolo por el cuello con ambas manos. Lo acelera todo. Se ríe. Guarda silencio. Después de su último encuentro con el director de la orquesta de opereta, se sienta en un oscuro agujero del pasillo sobre una maleta de artista y llora.

THOMAS BERNHARD, Acontecimientos y relatos, Alianza, Madrid, 1997, pp. 19-20.

miércoles, 22 de mayo de 2013

[EL FOTÓGRAFO...], Ramón Gómez de la Serna & Pablo Amargo

El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la pretensión de que salgamos naturales.


RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, Flor de todo lo que queda, Edelvives, Zaragoza, 2012, página 80. Selección: Raúl Vacas e Isabel Castaño.

martes, 21 de mayo de 2013

[UNO ACERCA UNA CERILLA...], René Char


   Uno acerca una cerilla a la lámpara y aquello que se enciende no da claridad. Lejos, muy lejos de uno, es cuando el círculo ilumina.

RENÉ CHAR, Las hojas de Hipnos, Visor, Madrid, 1973.


lunes, 20 de mayo de 2013

[...CUANDO ERA JOVEN...], Julio Llamazares


...cuando era joven [...] escribir me sirvió, además de entretenimiento, para llenar mis ratos de soledad, que fueron muchos en alguna época. Cuando conocí a Marie, volví a hacerlo nuevamente (lo había dejado hacía tiempo, decepcionado por la imposibilidad de publicar), pero ahora de un modo distinto: como una nueva pasión que se sumaba a la de la vida en vez de sustituirla...


JULIO LLAMAZARES, Las lágrimas de San Lorenzo, Alfaguara, Madrid, 2013.

domingo, 19 de mayo de 2013

ARRUGAS, Miguel D'Ors


ARRUGAS

Arrugas en tu frente, patas de gallo, ojeras:
la escritura del tiempo en tu rostro. La veo
y reconozco en ella nuestra historia:
aquellas viejas tardes en el oro romántico
de La Ulzama y del Valle de Belagua,
las noches de desvelo impotente ante el llanto
de nuestros hijos, sus primeras sílabas,
que eran como un regalo fresco y limpio
del futuro, los largos kilómetros en coches
que siempre nos estaban demasiado pequeños,
nuestra telegrafía de miradas,
las horas convividas en amargos pasillos
de hospital, nuestras fugas jugando a ser amantes,
y los números rojos, y los suspensos, y
los muertos, y las velas de tantos «happy birthday»...
Toda esa vida dicen tus arrugas. Ahora
cada vez que te beso beso también en ellas
tantos años de amor.


MIGUEL D'ORS, Átomos y galaxias, Renacimiento, Sevilla, 2013, p. 18.

sábado, 18 de mayo de 2013

[EL DILEMA...], Peter Handke



El dilema: ¿escribo para mí?, ¿escribo para los otros? es fácil de resolver; porque el instante mismo de ser penetrado, el momento de ponerse a y del impulso, es siempre una experiencia de comunidad: la experiencia de comunidad ("yo" soy también entonces "todos los demás")

 PETER HANDKE, Fantasías de la repetición, Las Tres Sorores, Zaragoza, 2000, p. 33.

viernes, 17 de mayo de 2013

MIS ÁRBOLES, Iván Turguénev





MIS ÁRBOLES

   Recibí casta de un antiguo compañero de universidad, un aristócrata, un acaudalado terrateniente. Me invitaba a su finca.
   Yo sabía que el hombre estaba muy enfermo, ciego y medio impedido, que apenas podía andar... Y fui a verlo.
   Me lo encontré en una avenida de su enorme parque. Arrebujado en una pelliza, aunque estábamos en pleno verano, enclenque y corcovado, con unas lentes verdes protegiéndole los ojos, era llevado en una silla de ruedas por dos lacayos enfundados en ricas libreas...
   —Le doy la bienvenida, —profirió con voz sepulcral—, a mi heredad, aquí, a la sombra de mis árboles centenarios.
   Sobre su cabeza extendía su inmensa copa un poderoso roble milenario.
   Y pensé: «¿Oyes eso, gigante milenario? Ese gusano mediomuerto, que se arrastra a tus pies, ¡te llama «mi árbol»!
   En ese instante corrió una ligera brisa, haciendo susurrar el tupido follaje del gigante... Y me pareció que el viejo roble dejó escapar un risa queda y bondadosa, respondiendo tanto a mi pensamiento, como a la presunción del enfermo.

IVAN TURGUÉNEV, Poemas en prosa, Rubiños, Madrid, 1994, p. 205.

jueves, 16 de mayo de 2013

[SI CORTAMOS EL TRONCO DEL CEREZO...], José Ángel Valente



Si cortamos el tronco del cerezo, no hallaremos las flores en él:
la primavera sola tiene
la semilla del florecer.

(Koan del árbol, versión)

JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997.

miércoles, 15 de mayo de 2013

[¿VES TODAS ESTAS ESTRELLAS?...], Julio Llamazares



   —¿Ves todas estas estrellas? —sigo contándole mientras él me escucha; lo hace en silencio, sin apartar la vista del cielo, como si estuviera imantado por su profundidad. Llevan ahí millones de millones, según dicen los astrónomos. Parece que no van a desaparecer jamás y, de repente, dan un salto en el vacío y se borran para siempre como si nunca hubiesen estado ahí... Pues lo mismo pasa con las personas. Parece que van a durar siempre, que nunca te abandonarán del todo y, cuando te das cuenta han desaparecido del mundo sin ni siquiera dejar un rastro de luz como las estrellas; todo lo más una leve huella en la memoria de quienes las amaron que desaparecerá con éstos, porque también ellos desaparecerán un día. Y así generación tras generación, los mismo que las estrellas...

JULIO LLAMAZARES, Las lágrimas de San Lorenzo, Alfaguara, Madrid, 2013, 152-153.

martes, 14 de mayo de 2013

FAMILIA MUY HONRADA, Xuan Bello


FAMILIA MUY HONRADA


   Somos una familia de lo más honrada. Esto fue lo que le dije al juez, y lo que apuntó solemnemente el taquígrafo y lo que produjo, no sé por qué, una risita muy queda, casi ahogada, por parte del único ciudadano que había en la sala y que había entrado, lo más seguro, simplemente a refugiarse del agua. Lo repetí y el juez, rnayestáticamente, cerró los ojos como dándole vueltas a algún asunto de la entraña humana.
   Éramos una familia peculiar, pero de lo más honrada. A unos les da por el fútbol y otros pasan la vida sin cruzar palabra; a otros les da por las tierras y llegan a controlar imperios inmobiliarios; hay otros que
tienen pasiones poco comunes, solo unas cuantas, y la nuestra era de esas: a nosotros, lo que más nos gustaba era entrar en las casas ajenas y arramblar con lo que encontráramos.
   Dirá usted que eso es robar y que la honestidad está reñida con esa práctica. Déjeme, amablemente, que se lo desmienta: uno puede ser honrado en cualquier profesión, sin ir más lejos siendo presidente del Gobierno, y la notoria escasez de honestidad en este mundo nada tiene que ver con lo que se hace sino con cómo se hace. Nosotros, desde tiempos inmemoriales, nos dedicamos en nuestra familia a chorizar honradamente. El botín que obteníamos lo repartíamos equitativamente según códigos pactados y nunca se oyó, a la hora del reparto, una palabra más alta que otra. Tampoco éramos muy dados a la violencia, costumbre que tachábamos de bárbara siempre que no fuera necesaria, y no moviéndonos de esa norma, hasta que nos movimos, podía decir con la cabeza bien alta que éramos una familia honrada.
   La noche que nos llevó a toda la familia ante el juez mi santa madre puso, de cena, hígado encebollado. Es un manjar con el que me relamo y quizá por eso, hasta que consumí cuatro platos, no me di cuenta de la ausencia de mi padre. Aquella tarde habíamos entrado en un piso de Pumarín y vi cómo se metía,en el bolsillo, separándolo a escondidas del botin común, un reloj de oro. También lo había visto mi madre, aunque los dos callamos. Pregunté por él y mamá señaló la fuente en donde nadaban unos trocitos de hígado.
   —¿No te gustó? ¡Sesenta años bebiendo coñac! —dijo, y sacó del bolsillo del delantal el reloj de oro.


XUAN BELLO, La nieve y otros complementos circunstanciales, Xordica, Zaragoza, 2012, pp.59-60.

lunes, 13 de mayo de 2013

MI TOCAYA, Sandra Cisneros


MI TOCAYA

   ¿Has visto a esta chica? La tienes que haber visto en los periódicos. O si no en el Father 85 Son’s Taco Palace Nº 2, en Nogalitos. Patricia Bernadette Benavídez, mi tocaya, metro y medio, cincuenta y dos kilos, trece años.
   No es que fuéramos amigas, ni nada parecido. Claro que hablábamos. Pero eso era antes de que se muriera y luego volviera del reino de los muertos. Quizá lo leíste o la viste en la tele. Salió en los noticiarios de todos los canales. Entrevistaron a cuantos la conocían. Incluso la profesora de  educación física tuvo que decir cosas bonitas: Tenía mucha energía, una buena chiquilla, dulce. Tan dulce como podía serlo, teniendo en cuenta que era un monstruo. Bueno, ¿y por que nadie me preguntó a mí?
   Patricia Benavídez. La parte «Son» del Father & Son’s Taco Palace Nº 2, incluso antes de que el hijo (el son) se largara. Así fue como la tal Trish heredó el gorro de papel y el delantal blanco, después de las horas del colegio y todos los fines de semana, aburrida, algo triste, detrás de los altos mostradores donde los clientes comen de pie corno los caballos.
   Sin embargo, eso no bastaba para que yo sintiera pena por ella, por muy malvado que fuera su padre. Pero ¿qué culpa tenía él? Una chica que iba a la escuela con pendientes de pasta y zapatos brillantes de tacón alto estaba predestinada a tener problemas que nadie, ni Dios ni los reformatorios, podía arreglar.
   Creo que alguien la promocionó injustamente en algún sitio y así fue como llegó hasta la escuela superior antes de que le tocara. Sí, ese tipo de chicas siempre se esfuerzan demasiado por encajar. Mira mi tocaya. Se llama como yo, ¿no? Pero ¿se hace llamar la Patee, o Patty, o algo normal? No, ella tiene que ser distinta. Dice que se llama Tri-ish. Incluso se inventó un falso acento británico jadeante y sexy como una Marilyn Monroe inglesa. Ridículo. Quiero decir: ¿quién ha oído alguna vez a una mexicana hablar con acento británico? ¿Sabes a qué me refiero? La chica tenía problemas.
   Pero si la pillabas a solas y le decías Pa-tri-cia (yo siempre procuraba pronunciar su nombre en castellano), Patricia, corta el rollo y sé auténtica. Si la pillabas sin audiencia, supongo que no estaba mal.

    Así me las apañé para llevarme bien con ella cuando la conocí, justo antes de que se largara. Escapó de la sentencia a cadena perpetua en aquella tasca. Se hartó de llegar a casa apestando a tacos tostados. Bueno, no me extraña que se largara. A mí tampoco me gustaría apestar a tacos tostados.
   Quién sabe lo que tuvo que aguantar. A lo mejor su padre le pegaba. Pegaba al hermano. Eso lo sé. O al menos el padre y el hermano se pegaban. Fue en una de esas peleas cuando al fin pasó, cuando el chico desapareció para siempre, aunque probablemente también estaría harto de apestar a tacos. Eso es lo que yo creo.
   Luego, unas semanas después de que se marchara el hermano, salió la foto de mi tocaya en los periódicos, como la de los niños en las cajas de leche:

¿HA VISTO A ESTA CHICA?

   Patricia Bernadette Benavidez, de trece años, desapareció el martes, once de noviembre, y su familia se halla gravemente preocupada. Se cree que la muchacha, que estudia en la Escuela Superior Virgen de los Dolores ha huido. Fue vista por última vez camino del colegio, en las proximidades de Dolorosa y Soledad. Patricia mide un metro cincuenta, pesa cincuenta y dos kilos y en el momento de la desaparición llevaba una chaqueta tejana, falda plisada azul de uniforme, blusa blanca y zapatos de tacón alto [probablemente con lentejuelas]. Su madre, Delfina Benavídez, le envía el siguiente mensaje: «Honey, llama a mamá. Te quiero mucho.»

   Hay gente que...
   ¿A mi qué me importaba que Benavídez hubiera desaparecido? No me hubiese importado en absoluto. De no ser por Max Lucas Luna Luna, que estudiaba el último curso en Holy Cross, la escuela hermana de la nuestra. A veces hacíamos intercambio con ellos. Era una tomadura de pelo. Nosotros lo llamábamos Blablablá Sexual, pero las hermanas lo llamaban de otra manera: Intercambios Juveniles. Como cuando invitaban a unos tipos de Holy Cross para que vinieran a Teología, y unas cuantas chicas de Dolores íbamos a su colegio. Y fingíamos que de verdad nos interesaba el tema: «La Santa Virgen: Un ejemplo modélico para la joven de hoy», «El flirteo: demasiado, demasiado aprisa, demasiado tarde», «Heavy Metal y el diablo». Mierdas así.
   No era cada día. Sólo de vez en cuando, como una especie de experimento. La escuela católica temía juntarnos demasiado, por aquello de las hormonas. Eso decía la hermana Virginella. Si no sois capaces de comportaros como verdaderas señoritas cuando lleguen nuestros invitados, tendremos que suspender indefinidamente los Intercambios juveniles. En adelante, nada de silbidos, agarrones y pataleos, ¿está claro?
   Sólo sé que tiene unas caderitas del mismo tamaño, probablemente, que cuando tenía doce años. La cintura estrecha y el culo pequeño, prieto y dulce como una barra de caramelo. ¡Maldita sea! Eso es lo que recuerdo de él.
   Resulta que Max Lucas Luna Luna es vecino de la monstruo. Quiero decir que antes ni siquiera me había molestado en hablar con Patricia Benavídez, aunque estábamos en la misma sección de Cultura General. Pero un día se acerca a mi en la cafetería mientras yo esperaba mis patatas fritas y me dice:
   —Eh, tocaya, sé de alguien que va por ti.
  —Ah, bueno —digo yo, intentando quitármela de encima, porque no quiero que me vean hablando con una chiflada.
   —¿Conoces a un chico del Holy Cross que se llama Luna? El que vino al intercambio de Teología, ese tan cuco que lleva coleta de caballo.
   —¿Y?
   —Bueno, pues es carne y uña con mi hermano Ralphie, y le dijo a Ralphie que no se lo dijera a nadie pero que le parece que Patricia Chávez está muy bien.
   —Tú mientes, niña.
   —Te lo juro por Dios. Si no te lo crees, llama a mi hermano Ralphie.
   ¡Mierda! Aquello bastaba para convertirme en amiga íntima de Trish Benavídez para toda la vida, lo juro. Después, siempre me aseguré de llegar pronto a clase de Cultura General. Ella solía tener algo que decirme. Y si no, yo me encargaba de darle algo para que lo hiciera llegar a Max Lucas Luna Luna. Pero resultaba dolorosamente lento porque aquella chica trabajaba mucho y no tenía una vida social que mereciese la pena.

   Así fue como Patricia Bernadette se convirtió en nuestra celestina durante un tiempo, aunque Max Lucas Luna Luna y yo no habíamos pasado de la etapa del me gustas/¿te gusto? En realidad, ni siquiera nos habíamos visto desde el Blablablá, pero yo seguía trabajando el asunto.
   Sabía que ellos vivían en algún lugar de la zona de Monte Vista. Por eso paseaba con mi bici arriba y abajo por las calles —Magnolia, Mulberry, Huisache, Mistletoe— jugando al caliente/frío. Sólo el saber que Max Lucas Luna Luna podía aparecer me entonaba la sangre.
   La semana en que empecé a aparecer por el Father 85 Son’s Taco Palace Nº 2 fue cuando ella decidió largarse. Primero recibimos un mensaje de la hermana Virginella por los altavoces: Lamento tener que anunciaros que una de nuestras más jóvenes y más queridas estudiantes se ha marchado de casa. Tengámosla, presente en nuestros corazones y en nuestros rezos hasta que regrese sana y salva. 
   Aquélla fue la primera  vez que apareció su foto en el periódico con el lacrimógeno mensaje de su madre.
   A mí, personalmente, ni me alegró ni me apenó que se largara tan de repente. Eso seguro. Pero resulta que me debía algo. Ya era bastante malo que se marchase y tuviera a todo el colegio hablando de ella. Al menos entonces yo mantenía la esperanza de que cumpliría su promesa de arreglarme el ligue con Max Lucas Luna Luna. Pero justo cuando ya podía volver a pronunciar su nombre sin escupir, va y se muere. Unos niños que jugaban en una zanja de drenaje encuentran un cadáver y, si, es ella. Cuando llegan las cámaras de televisión al colegio salen todas las dramáticas de mierda llorando de verdad, incluso las que no la conocían. Qué asco.
   Bueno, no pude evitar compadecer a aquella farsante ahora que estaba muerta, ¿no? Quiero decir, cuando se me pasó la rabia. Hasta que al tercer día ella se levantó de entre los muertos.
   Cuando ya han presentado a su madre llorando con un pañuelo arrugado y a su padre diciendo: «Era mi princesita», y los estudiantes hemos comprado una corona de gladiolos blancos con dinero de nuestro fondo para el viaje Padre Island, en la que se lee VIRGENCITA, CUÍDALA, y toda la maldita escuela ha tenido que ir a una misa en su honor, mi tocaya se echa atrás. Aparece en la comisaría del centro y dice: No estoy muerta.
   ¿Te lo puedes creer? Sus padres habían identificado el cadáver en el Depósito y todo. «Supongo que estábamos demasiado afectados para examinar el cadáver como es debido.» ¡Ja!
   Nunca llegué a conocer a Max Lucas Luna Luna, y por otra parte qué más da, ¿no? Sólo digo que mi tocaya ni siquiera fue capaz de morirse bien. Pero ¿de quién es ese rostro famoso que está en la primera plana del San Antonio Light, del San Antonio Express News y del Southside Reporters? Chica, lo que yo te diga...



SANDRA CISNEROS, Érase un hombre, érase una mujer, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp.65-70.

domingo, 12 de mayo de 2013

ADJETIVOS, Fernando León de Aranoa



ADJETIVOS

   Era un orador experto, divertido, brillante, perspicaz, hábil, profundo y cautivador, pero le sobraban adjetivos.



FERNANDO LEÓN DE ARANOA, Aquí yacen dragones, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 35.

sábado, 11 de mayo de 2013

NIEMEIER, Julio de la Rosa



NIEMEIER

El señor Niemeier pinta cuadros.
Pinta cuadros que no va a ver nadie, nunca.
En la arena. Hace surcos en la arena de la playa.
Con una sombrilla. Con el palo de una sombrilla.
Dice que su trabajo consiste en no olvidar.
Y una vez que recuerda, ¡qué más da que el cuadro desaparezca!
El señor Niemeier lo denomina ‘pintura efímera’.
Y dice que todo lo demás es vanidad.
Que el público es el cáncer del arte.
El señor Niemeier abandonó su casa en la ciudad.
Ahora vive en una caravana, en la playa.
En cualquier caso, nadie iba a visitarlo.
El señor Niemeier pinta cuadros.
Pinta cuadros que no va a ver nadie, nunca.

JULIO DE LA ROSA, Tanto rojo bajo los párpados, Estación del silencio.

viernes, 10 de mayo de 2013

[EL DIRECTOR DEL COLEGIO...], Thomas Bernhard


   El director del colegio hace venir al maestro y lo acusa de haber abusado de uno de sus alumnos. Dice que no sabe qué decir, pero que el traslado del maestro a otro pueblo resulta inevitable. Que probablemente, sin embargo, el maestro tendrá que renunciar incluso a su profesión. Que, en cualquier caso, él tendrá que informar al director de la zona y todo el asunto tendrá consecuencias aún más graves que las que acaba de mencionar. El maestro no trata de justificarse y dice sólo que no ha abusado del alumno, y que ni se le hubiera ocurrido la idea de realizar actos como los que el director describe sin cesar con todo detalle. Sin embargo, aunque el maestro se defienda, no le sirve de nada. Queda suspendido inmediatamente en sus funciones, le dice el director, que deja que se vaya sin darle la mano como solía hacer siempre. Como el maestro no se siente culpable de nada, piensa que, con el tiempo, se demostrará su inocencia y que, sencillamente, aprovechará la suspensión para tomarse unas vacaciones. Que el rumor ni siquiera saldrá del colegio. Pero se equivoca. El rumor se extiende con la velocidad del viento, y hasta el periódico local de la ciudad lo recoge. Dice que un hombre como el maestro tendría que ser puesto a buen recaudo. Que ninguna pena sería demasiado severa para él. Que hay que proteger de él a la juventud, y especialmente a los niños, por todos los medios. Como el maestro está recién casado, el asunto le resulta doblemente desagradable. Su mujer no le cree y lo abandona al enterarse de la acusación. Sólo cuatro días después de ser suspendido, el maestro recibe ya una citación para comparecer ante la audiencia territorial. Nadie sabe qué hace antes del juicio, pero en cualquier caso deja de mostrarse en público. Entretanto, nadie ignora ya su historia. La dueña de su casa le exige que se vaya y le devuelve el alquiler pagado por anticipado. Un día antes del juicio encuentran su cadáver en un río que va crecido, a diecisiete kilómetros del lugar de su residencia. Según se averigua, no se ha suicidado en absoluto, sino que se ha caído accidentalmente al río y se ha ahogado. Entonces el colegial se presenta y dice que toda la historia es falsa y que se la inventó para vengarse del joven maestro.


THOMAS BERNHARD, Acontecimientos y relatos, Alianza, Madrid, 1997, pp. 57-58.

jueves, 9 de mayo de 2013

NACIÓ PARA ENCONTRARLO, Eduardo Galeano


Mayo
9
NACIÓ PARA ENCONTRARLO
        
   Howard Carter nació en la mañana de hoy de 1874, y medio siglo después supo para qué había llegado al mundo.
   Esa revelación ocurrió cuando encontró la tumba de Tutankamón.
  Carter la descubrió de puro porfiado, al cabo de años de mucho trajinar peleando  contra el desaliento y los malos augurios de los expertos egiptólogos.
  El día del gran hallazgo, se sentó al pie de ese faraón de vida fugaz, ese muchacho  rodeado de mil maravillas, y pasó horas y horas en silencio.
  Y regresó muchas veces.
  En una de esas veces, vio lo que antes no había visto: había unas semillas caídas en el suelo. Las semillas llevaban tres mil doscientos años esperando la mano que las plantara.
        
        
        
         EDUARDO GALEANO, Los hijos de los días, Siglo XXI, Madrid, 2012,  p. 155.
        
        
        

miércoles, 8 de mayo de 2013

LOS OJOS ROBADOS , Mahi Binebine


LOS OJOS ROBADOS

   Partir, pero ¿por qué?
   Morad inspeccionó sus babuchas y me respondió:
   —Porque ya no veo mi ciudad.
   —¿Cómo es eso?
   —Los extranjeros me robaron los ojos.
   Después me miró fijamente, como para mostrar que su mirada estaba vacía de verdad. Sin un brillo de esperanza. Sin la menor ambición. Una mirada desengañada y vieja, privada de todo proyecto, de toda perspectiva.
   La escena tenía lugar en un café delante del consulado de Francia. La noche no había caído por completo y la calle estaba llena de un gentío compacto y agitado. Morad esperaba la hora en que se pondría ante el portal tachonado para hacer cola. Era su trabajo: cada noche se apostaba ante el hermoso edificio de arquitectura colonial y pasaba allí la noche; al día siguiente vendía su sitio a los solicitantes de visado. Los precios variaban según la longitud de la cola y las condiciones meteorológicas: los días de lluvia subían sensiblemente. Pero los negocios florecían sobre todo cuando se acercaban las vacaciones escolares. Si además estallaba una bomba, por pequeña que fuera, en algún lugar de Europa, entonces las plazas a la puerta del paraíso llegaban al máximo.
    Con sus ojos de vaca, Morad bebió un sorbo de té chasqueando la lengua y puso el vaso sobre la mesa pringosa y coja.
    —¿Cómo hicieron los extranjeros para robarte los ojos?
    —Desde que tenemos la parabólica en el tejado, sólo tenemos ojos para el otro mundo. Estamos, como quien dice, atrapados por la luz; cegados hasta el punto de que la medina nos parece ahora un gigantesco vertedero, un desecho de miseria y desolación.
    —Lo que se ve en la televisión no tiene por qué ser verdad.
    —Sin duda, pero no puede ser peor que esto.
    —¿,Y tú qué sabes?
    —Sólo pido ver.
    —Yo he vivido veinte años en París, y ya ves, estoy de vuelta. No me siento entero más que en casa.
    —¿Con qué derecho te permites entonces dar consejos? Tú bien que te has ido, ¿no? En tu lugar, yo no habría vuelto.
    Morad sonrió. Era bastante buen mozo. Facciones regulares, un poco negroides, y pelo negro cuidadosamente engominado.
    —¿Por qué haces cola para los demás?
    —Es mi manera de ganarme la vida.
    —Sí, pero podrías trabajar por tu cuenta.
    —Me han rechazado el visado tres veces. Estoy quemado. En cambio, he encontrado un trabajo. Y me va bastante bien. Puedo contarte en detalle la lista de documentos que hacen falta para el visado. Más aun, vendo toda clase de confidencias para obtener los papeles, contactos útiles para falsificarlos, en fin, el negocio...
    —Si eres tan eficiente, ¿por qué no te aprovechas tú mismo de ello?
    —¡Estoy quemado, ya te digo! Y además aquí me conoce todo el mundo. Así que he acabado por renunciar a irme. Ahora tengo la parabólica. Y vivir cerca del precioso documento me sienta bien. Quién sabe, quizás un día...
    —Es el suplicio de Tántalo.
    —¿Y eso qué es, una enfermedad?
    —No, una frustración.
    —Pero yo ya no sufro. Durante el día estoy en Europa o en América..., y por la noche mis sueños prolongan mis viajes. ¿Sabes que soy capaz de dormir de pie?
    —¿De pie?
    —Sí, incluso caminando. Dormir es un arte típico de este país. Desde la cuna nos insuflan una especie de letargo que, de adultos, nos permite proezas insensatas en cuestión de sueños.
    Al verme fruncir las cejas, Morad siguió con un tono más tranquilo:
    —El extranjero cree que estamos despiertos, pero es una engañifa. La mayoría de la gente está adormecida por un torpor raro. Están como separados del mundo.
    —¡Espera!, le digo, yo no me he caído de un guindo. He nacido aquí. Quizás haya pasado veinte años fuera del país, pero sigo siendo marroquí.
    —¡Veinte años! ¿Y por qué has vuelto?
    —Para recomponer los pedazos...
    Tras una pausa, soltó:
    —Al venir a sentarte a mi mesa, enseguida adiviné que estabas loco. Sobre todo no repitas lo que acabas de confiarme: te arriesgas a que te linchen.
     —¿Por qué crimen?, exclamé.
    —Todos los jóvenes que ves a nuestro alrededor sólo sueñan con una cosa: tomar el consulado al asalto. Algunos lo han intentado ya. Sólo Dios sabe dónde vegetan ahora. No podrían comprender un estropicio así.
    Morad enrolló un pitillo, lo encendió y me ofreció una calada. Lo acepté para no romper el diálogo. El seguía sonriendo al yerme aspirar el humo.
    Ahora que estás aquí sin que nadie te haya obligado, te va a hacer falta volver a aprender a dormir. Sobre todo te hace falta un par de babuchas para excluir cualquier tentación de velocidad; y una chilaba gruesa y cálida como la mía. ¡Mira qué confortable 1 Mi madre la tejió con sus manos. Con un invento así, ¡el sueño puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar! Hace falta imperativamente que te pongas al ritmo del país. Los suizos inventaron el reloj, y nosotros tenemos el tiempo. Y, sobre todo, tómatelo con calma, amigo. Los que tienen prisa están muertos. Hemos conseguido desarmar ala muerte. La hemos domesticado, diluyéndola en la apatía de nuestras pobres existencias. La consumimos en pequeñas dosis. Ya ves, estamos en un inmenso cementerio en el que cada cual transporta su propia tumba..., somos auténticas tortugas.
    Mientras que Morad hablaba, entreví como una luz en su mirada. Luego nada.
   Estaba avergonzado de haberme dormido en el café. Al abrir los ojos, vía lo lejos su chilaba amaranto; habría jurado que no había nadie dentro. Sin ninguna duda, era la suya, adosada al portal tachonado del consulado francés. Detrás se extendía una larga fila de aspirantes al paraíso; o al infierno, según se mire.

MAHI BINEBINE, Historias de Marrakech, Abada, Madrid, 2005, pp. 93-97.

Fotografía: Luis Asín

martes, 7 de mayo de 2013

[SILUETAS DE PECES...], Tangan



Siluetas de peces
bajo el hielo.
Cormoranes mortificados.

Tangan

TOM LOWENSTEIN, Haiku (Poemas y meditaciones sobre la naturaleza y la belleza), Blume, Barcelona, 2007, página 93.

PRECOGNICIÓN, Woody Allen


PRECOGNICIÓN

   El señor Fenton Allentuck describe el siguiente sueño precognoscitivo: «Me fui a dormir a medianoche y soñé que estaba jugando al whist con una bandeja de cebollinos. De repente el sueño cambió, y vi a mi abuelo a punto de ser arrollado por un camión de la calle, donde estaba bailando un vals con un maniquí. Traté de gritar, pero cuando abrí la boca el único sonido que salió de ella fueron unas campanadas, y mi abuelo había sido ya atropellado.
   «Me desperté bañado en sudor y corrí a casa de mi abuelo para preguntarle si tenía planes de bailar un vals con un maniquí. Me dijo que no, por supuesto, aunque había considerado la posibilidad de posar vestido de pastor para darle un chasco a sus enemigos. Aliviado, regresé a casa, pero supe más tarde que el viejo había resbalado en un sandwich de pollo y ensalada y se había caído del Edificio Chrysler.»
   Los sueños, precognoscitivos resultan tan comunes que difícilmente pueden considerarse como simple coincidencia. En este caso concreto, un hombre sueña con la muerte de un pariente, y ésta se produce. No todos tienen tanta suerte. J. Martínez, de Kennebunkport, Mainne, soñó que hacía saltar la banca en Las Vegas. Cuando despertó, su cama se hallaba flotando en el mar.

WOODY ALLEN, Sin plumas, Tusquets, Barcelona, 1979 (1976).

lunes, 6 de mayo de 2013

PERMANENCIA, Miguel D'Ors

 
PERMANENCIA

Se fue, pero qué forma de quedarse.

MIGUEL D'ORS, Átomos y galaxias, Renacimiento, 2013, p. 102.

domingo, 5 de mayo de 2013

[PUEDES ODIAR Y PERDERTE...], Guido Ceronetti



   «Puedes odiar y perderte» (Manzoni). Esto no es bíblico ni cristiano, es más profundo, profundo manzonismo, y en la pausa señalada por la coma después de odiar Manzoni es más que nunca el Manzoni de las honduras. Pero el odio como camino absoluto de perdición es acaso tan poco verdadero como llamar camino absoluto de salvación al amor. Más cierto es que el hombre, haga lo que haga, está siempre perdido, cuando no es un perdedor.



GUIDO CERONETTI, Los pensamientos del té, Muchnik, Barcelona, 1994, pp. 31-32.


sábado, 4 de mayo de 2013

ORIENTE Y OCCIDENTE, Lord Dunsany

ORIENTE Y OCCIDENTE

 
   Era una cerrada noche invernal. Un horrible viento traía aguanieve del Este y hacía ulular las aftas hierbas secas. Dos minúsculos puntos de luz aparecieron en medio de la llanura desolada: era un hombre a bordo de un cabriolé que viajaba en solitario por el norte de China, sin más compañía que la de su conductor y el exhausto caballo.
   El conductor vestía una buena capa impermeable y, por supuesto ­sombrero de seda engrasado, pero el pasajero del carruaje, en cambio, tan sólo llevaba un traje de noche. No llevaba cerrada la ventanilla a causa de las frecuentes caídas del caballo, el aguanieve le había apagado el cigarro y hacía demasiado frío para dormir. Las dos lámparas destellaban mecidas por el viento. Gracias a la luz vacilante que parpadeaba en el interior del carruaje, un pastor manchú, que vio pasar el vehículo mientras vigilaba sus ovejas en la llanura por temor a los lobos, pudo tener ante su vista por vez primera un traje de noche. Aunque sólo lo vislumbró vagamente y empapado de agua, fue como si contemplara un pasado a mil años de distancia, pues siendo su civilización mucho más antigua que la nuestra, ellos probablemente habían dejado ya atrás toda esa clase de cosas.
   Lo miró estoicamente, no maravillado ante algo nuevo, si es que en realidad era algo nuevo en China. Meditó sobre ello un momento de un modo que a nosotros nos es desconocido, y cuan­do hubo añadido a su filosofía lo muy poco que podía extraerse de la visión de aquel hermoso carruaje, volvió a su vigilancia de las oportunidades que la noche brindaba a los lobos ya aquellos pen­samientos sacados de las leyendas de China, que a tales fines habían sido preservadas, a los que de vez en cuando se entregaba como entretenimiento Pues ni que decir tiene que en una noche como aquella el entretenimiento era no poco necesario. Pensó entonces en la leyenda de la doncella-dragón que era aún más hermosa que las flores y carecía de igual entre las hijas de los hombres. A pesar de su hermosura humana, era sin embargo, la hija de un dragón des­cendiente de los dioses antiguos, y por ello también completamente divina al igual que los primeros miembros de su estirpe, aún más divinos que el propio emperador.
   Cierto día, la hermosa doncella abandonó su pequeña tierra, un verde valle escondido entre montañas. Descendió por escarpados desfiladeros mientras las rocas, para complacerla, resonaban como campanillas de plata a su alrededor al paso de sus pies desnudos, y aquel sonido era como el de los dromedarios de un príncipe que regresa a su palacio a la caída de la tarde, cuando suenan sus cam­panillas de plata para regocijo de los aldeanos.
   Había ido a coger la amapola encantada, que solía crecer y sigue creciendo hasta hoy —como los hombres podrían comprobar si fuesen capaces de dar con ella—, en un prado al pie de las montañas. Si alguien, alguna vez, consiguiera la amapola, con ella llevaría al hombre amarillo la felicidad, la victoria sin lucha, las buenas cose­chas y la paz infinita. La doncella descendía de las montañas con toda su hermosura. Y mientras se entretenía recordando la leyen­da en la hora más difícil de la noche, la misma que precede al alba, aparecieron dos nuevas luces y el pastor vio pasar otro cabriolé.
   El hombre del segundo carruaje iba vestido del mismo modo que el primero, aunque aún más empapado que el anterior, pues no había cesado el aguanieve; pero un traje de noche sigue siendo un traje de noche en cualquier lugar del mundo. El conductor también llevaba el mismo sombrero engrasado y la misma capa impermeable que el primero. Cuando el carruaje hubo pasado, la oscuridad engulló las dos lámparas, la nieve cubrió el rastro de las ruedas, y lo quedaron más que las especulaciones del pastor acerca de cómo un cabriolé había podido ir a parar hasta aquel lugar de China. No obstante pronto también éstas se desvanecieron, y el pastor volvió a sus leyendas antiguas y a la contemplación de cosas más serenas.
   La tormenta, el frío y la oscuridad hicieron un último esfuerzo lograron hacer que temblaran los huesos del pastor, que castañetearan los dientes de aquella cabeza que divagaba entre fábulas de flores. De repente, había amanecido. Podían ya distinguirse las siluetas de las ovejas, y el pastor las contó. Ningún lobo parecía haberse acercado, No faltaba ninguna. En ese momento apareció tercer cabriolé con sus lámparas aún encendidas y un aspecto ridículo a la pálida luz de la mañana. Todos venían del Este con aguanieve; todos se dirigían al Oeste. Y el ocupante del tercer carruaje también vestía un traje de noche.
   Entonces el pastor manchú, tranquilamente, sin ninguna curio­sidad y aún menos asombro, sino como alguien acostumbrado a ver cualquier cosa que la vida tenga que mostrarle, aguardó allí durante cuatro horas para comprobar si pasaba alguno más. El aguanieve y el viento del Este persistían. Y al fin, al cabo de las cuatro horas, pasó un nuevo carruaje. El cochero iba tan rápido como podía, como si quisiera aprovechar al máximo la luz diurna. Su capa de cochero ondeaba al viento, y en el interior del carruaje un hombre vestido con traje de noche era sacudido de un lado a otro por las irregularidades del camino.
   Se trataba, por supuesto, de la célebre carrera de Pittsburg a Pic­cadilly por el camino más largo. Ésta había comenzado una noche, después de cenar, en casa de Mr. Flagdrop. Y había vencido Mr. Kagg con el  honorable Alfred Fortescue; hijo, como todo el mun­do podrá recordar, de Hagar Dermstein, quien llegó a convertirse (mediante Carta de Patente) en Sir Edgard Fortescue y, finalmente, en Lord St. George.
   El pastor manchú siguió esperando hasta la noche y, cuando comprendió que ya no pasaría ningún otro carruaje, volvió a su casa para cenar. El arroz que le habían preparado estaba caliente y sabía bien, aún mejor, si cabe, después del horrible frío que ha­bía traído el aguanieve. Cuando hubo terminado de comer, repasó concienzudamente su experiencia recreando en su interior cada de­talle de los carruajes que había visto, pero desde allí su pensamiento se fue deslizando serenamente hacia la gloriosa historia de China, regresando a los tiempos innobles anteriores a la llegada de la calma y, aún más allá, a los días felices del mundo en que dioses y drago­nes habitaban la tierra y China era joven. Luego, encendiendo su pipa de opio y dejando fluir sus pensamientos, contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones.
   Durante un largo espacio de tiempo su mente descansó en tan profunda serenidad que ningún otro pensamiento logró apartarla de ella, de modo que al levantarse abandonó su letargo como el hombre que emerge de un baño, renovado, limpio y satisfecho. Así, pues, de sus reflexiones concluyó que todo cuanto había visto en llanura eran elementos maléficos de la misma naturaleza de los sueños o vanas ilusiones producidas por la acción, la gran enemiga la calma. Entonces su pensamiento se dirigió a la forma de Dios, Único, el Inefable, el que se sienta junto al loto blanco negando acción, y le dio las gracias por haber eliminado de China todas malas costumbres y enviarlas a Occidente igual que la mujer que arroja la suciedad de su hogar a los jardines vecinos.
   Después de aquella gratitud, el pastor volvió a entregarse a la calma, y tras la calma, al sueño.


LORD DUNSANY, Cuentos de los tres hemisferios, Espuela de Plata, Sevilla, 2011.

Ilustración: Abraao Batista

viernes, 3 de mayo de 2013

SENSACIONES, Jesús Esnaola



SENSACIONES

   El paciente de la 103 se queja de que le pica la pierna izquierda. A veces, cuando entro a cambiarle la sonda, o el suero, me pide que le rasque, me implora con los ojos. Yo me hago la despistada, no sé cómo decirle que la ha o perdido, que ya no estaba ahí cuando subió del quirófano. No es mi mayor preocupación, en todo caso. Porque tampoco sé cómo decirle que lleva un día entero hablando con un sillón vacío, como si también le picara su mujer.

JESÚS ESNAOLA, Los años de la lluvia, Paréntesis, Alcalá de Guadaira, 2012, página 35.


jueves, 2 de mayo de 2013

[LOS NIÑOS...], Ramón Gómez de la Serna



   Los niños, al tirar el trompo en movimiento, es como si hubiesen soltado su corazón de madera en medio de la vida.

Ramón Gómez de la Serna

miércoles, 1 de mayo de 2013

[LOS CHICOS DE INSTITUTO...], José Jiménez Lozano




   Los chicos de instituto que me escuchaban han quedado bastante desconcertados, cuando les he mostrado lo que significa esa especie de refrán «una mente sana en un cuerpo sano», que estaba escrita en un cartel puesto en una pared de la clase, y acerca de lo cual se me ocurrió comentar que, por lo que veía, en aquella casa todavía quedaban rastros latinos, aunque ya no se estudiara latín.
   Les leí entonces simplemente el pasaje de Juvenal al que la frase pertenece y que está al final de la Sátira X, y es bien hermoso: «Hay que rogar por una mente sana en un cuerpo sano. Pide un ánimo vigoroso que no se espante ante la muerte, y que tenga el último tramo de la vida como un regalo de la naturaleza, que sepa soy portar cualquier trabajo, que sepa no enfurecerse, que no desee nada, y que crea preferibles los duros trabajos de Hércules, al amor, a los festines y a las plumas de Sardanápalos».
   Les resulta increíble que la frasecita no tenga nada que ver con el deporte, que es en torno al cual la ven en ese cartel y la han oído miles de veces; y trato de explicarles que cosas así suceden a diario, y de la necesidad por lo tanto de conocer para que no se nos dé gato por liebre. Y, al final, me hacen repetir la lectura, porque les ha parecido algo hermosísimo. Naturalmente.

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Advenimientos, Pre-Textos, Valencia, 2006, p. 147.