domingo, 25 de diciembre de 2011

TRAMPANTOJOS, Saúl Yurkiewich



TRAMPANTOJOS

   La Virgen viste un manto de brocato aun negro; debajo de la toca, un velo tenue nieva su castaña cabellera. El halo se ha solidificado en diadema de oro y lucientes gemas. Sobre la frente, un collar con una esfera de rubí. Tiene la cabeza levemente inclinada, neto el óvalo del rostro, boca menuda y cejas apenas marcadas, grandes ojos entornados. Sus longilíneos dedos, con delicadeza suma, sostienen al rubicundo infante. El niño también lleva aureola maciza, pero con una cruz engarzada. Está sentado sobre un cojín rosado, el cojín reposa sobre un baldaquino color azafrán, el baldaquino sobre el antepecho de un balcón. Al fondo, un dosel liláceo y, más lejos, un paisaje boscoso. Madre e hijo miran una inmensa mosca posada sobre el mármol claro de la barandilla. Ambos, estáticos cual figurines de porcelana, miran la mosca negra. Sólo la mosca tiene tamaño natural. El veneciano Cario Crivelli pintó esta madona en 1480.
   En ese mismo año, Jacobo Cornelisz, maestro de Amsterdam, se autorretrata en la cámara nupcial con su joven esposa. La pareja brinda por la boda que acaban de celebrar y se deleita con un plato de agridulces grosellas. Ambos visten ropas oscuras. El porta un sombrero negro y ella, una cofia blanca. Sobre la mesa y sobre la cofia: dos moscas de grandor natural.
   Boda y maternidad son acontecimientos venturosos: floral el uno (la novia tiene en su mano un nomeolvides), el otro frutal (una calabaza y tres manzanas casi maduras se ofrendan a la Virgen). Las moscas turban esas glorias, maculan su limpidez, vuelven huero el parabién. Mensajeras del morbo, aluden a pudridero, sugieren que cualquier esplendor caduca y que en toda rubicundez mora lo macilento, que en lo óptimo está también lo rancio. Las moscas presagian al niño futuro tormento y a la lozana novia vaya a saber qué ruina, qué desazón. Las moscas, en proporción mayores que las otras figuraciones, dicen que el resto es ilusorio. Las moscas dicen que quien las mire querrá espantarlas. Como si fuesen ajenas al cuadro, como si representasen otro trampantojo menos quimera, menos fantasma que el de las fingidas efigies. O por designio del pintor, dicen: he aquí mi máximo poder de engaño, el que me permite remedar sobre el lienzo cualesquiera cosas, con la misma presencia que en el mundo de los cuerpos tangibles. Las moscas dicen que una ilusión es menos ilusa que las otras. Las moscas dicen que esa ilusión busca arteramente abolir las otras.

SAÚL YURKIEVICH, Trampantojos, Alfagura, Madrid, 1987, páginas 21-22.