martes, 26 de agosto de 2008

DRÁCULA, Luis Scafati










"Muchos-dice Drácula con voz leve- entienden la vida como una línea recta que se origina en un punto al nacer y termina en otro al morrir. Pocos la conciben como un círculo en donde se nace y se muere eternamente. En este instante estás muriendo en algún punto del círculo, mientras en otro estás naciendo; en uno eres una niña que acaba de descubrir un color; en otro, una anciana atormentada".


LUIS SCAFATI, Drácula, Barcelona-Madrid, 2007, pp. 84-85.

lunes, 25 de agosto de 2008

EXCESO DE VIDA, Juan Antonio González-Iglesias


EXCESO DE VIDA



Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.
Pero lo que presiento no se parece en nada
a la común tristeza. Más bien es certidumbre
de la totalidad de mis días en este
mundo donde he podido encontrarme contigo.
De pronto tengo toda la impaciencia de todos
los que amaron y aman, la urgencia incompartible
de los enamorados. No quiero geografía
sino amor, es lo único que mi corazón sabe.
En mi vida no cabe este exceso de vida.
Mejor, si te dijera que medito las cosas
(fronteras y distancias) en los términos propios
de la resurrección, cuando nos alzaremos
sobre las coordenadas del tiempo y el espacio,
independientemente del mar que nos separa.
Sueño con el momento perfecto del abrazo
sin prisa, de los besos que quedaron sin darse.
Sueño con que tu cuerpo vive junto a mi cuerpo
y espero la mañana en la que no habrá límites.



JUAN ANTONIO GONZÁLEZ-IGLESIAS, Eros es más, Visor, Madrid, 2007, p.13.

lunes, 18 de agosto de 2008

QUASIBOLO, José Antonio Millán


JOSÉ ANTONIO MILLÁN
Quasibolo
La vida casi normal del señor de la señal
RBA, Barcelona, 2007.

sábado, 16 de agosto de 2008

DESENCUENTRO, Manuel Villena

DESENCUENTRO

Cuando el Destino decidió entrechocar sus torpezas, no desató en ellos el júbilo de las almas gemelas que, por fin, ponen lazo rosa a su soledad.
En su costumbre de islotes deshabitados, tan sólo se atrevieron a mirarse, de soslayo, con el pavor de los niños perdidos que siempre eligen calzar sandalias, allí donde pasan el verano todos los Inviernos.



viernes, 15 de agosto de 2008

[EL ODIO DESGASTA...], Roger Wolfe

 

   El odio desgasta a quien lo siente y raras veces consigue objetivos que persigue; en lugar de aniquilar al contra­rio, llega incluso a reafirmar su importancia. La indiferen­cia, sin embargo, no desgasta a quien la practica, sino que le da más fuerza todavía; y devasta total y absolutamente a quien es víctima de ella.


ROGER WOLFE, Hay una guerra, Huerga & Fierro, Madrid, 1997, páginas 139-140.

viernes, 8 de agosto de 2008

LA OFENSA, Ricardo Menéndez Salmón


XII


El hombre convive con su cuerpo, pero no lo conoce. Al menos no de un modo exhaustivo. Un hombre y su cuerpo son realidades distintas. Segu­ramente eso es lo que permite comprender la esen­cia última del dolor, que no es otra que el desgarro que produce la indiferencia del cuerpo hacia uno mismo. Un dolor de muelas, obstinado y sordo a nuestro deseo, basta para advertir semejante drama. Y seguramente también eso es lo que permite a un ser humano conservar su nombre, su dignidad, aquello que más íntimamente posee, cuando su cuerpo, en la enfermedad, la mutilación o la vejez, ya no le pertenece.
Para entender lo que es un hombre no basta con tomar nota de las partes que lo conforman. No basta con escribir: «Kurt Crüwell es la suma de sus dos piernas, su sistema límbico, su intestino, su pituitaria y sus gónadas.» Hay algo en el todo del hombre que se resiste a ser contemplado a través de la mera adición de partes que lo componen. Supo­ner que esas partes mantienen una vida indepen­diente del hombre que las reúne, implica algo más que una metáfora. En el sexo, cuando el cuerpo se impone y el hombre se ve desbordado por su pro­pia materialidad, o en el esfuerzo físico extremo, cuando los pulmones no responden a la exigencia que de ellos se espera y, por ejemplo, un corredor se derrumba antes de alcanzar la meta, tal evidencia resulta incuestionable.
De ese modo, el cuerpo lleva, hasta cierto punto, una vida independiente de la inteligencia que lo ha­bita, y por eso filósofos y escritores, sin por ello ape­lar a instancias míticas o refugiarse en el oscurantis­mo de la religión, pueden seguir pronunciando pa­labras como alma o autoconciencia. Un hombre sin cuerpo puede saberse a sí mismo. Un hombre que ve su cuerpo desmembrarse, quemarse, empodrecerse, no por ello deja de ser hombre.

No es menos obvio, sin embargo, que el cuerpo, en la vida práctica, es la frontera que se levanta en­tre cualquier hombre y sus iguales, o entre cual­quier hombre y el lugar donde su tiempo transcu­rre: el inundo. Porque el hombre siente y conoce el mundo, fundamentalmente, a través de su cuerpo.

Ante las agresiones del mundo, el cuerpo se protege. Un bacilo activa sus defensas; un chapa­rrón eriza el vello en brazos, nuca y piernas; un ali­mento envenenado afloja los esfínteres. Pero ¿y el horror? ¿Cómo reacciona el cuerpo de un hombre ante la presencia del horror? Grita, sí. Y hace que el corazón bombee más sangre, sí. O, por el contrario, paraliza sus músculos para no ser agredido. El es­pectro de respuestas que el horror genera en el cuerpo es amplísimo. El cuerpo sorprende entonces por su plasticidad. Hay cuerpos que se atenazan y cuerpos que se liberan; hay cuerpos que se arras­tran y cuerpos que se elevan; hay cuerpos que inte­rrogan y cuerpos que responden. ¿Pero puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo, ante la fealdad del mundo, ante el horror del mundo, sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspen­der sus razones, abdicar de ser lo que es; esto es, ab­dicar de ser una máquina sensible? ¿Puede un cuer­po decir: «Basta, no quiero ir más allá, esto es de­masiado para mí»? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?

El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocaus­to de una iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo «sí».

Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad.


Ricardo Menéndez Melón, La ofensa, Seix Barral, Barcelona, 2007, pp. 55-58.

lunes, 4 de agosto de 2008

[Cuando viajamos...], Bioy Casares


Cuando viajamos, el presente no logra su plena realidad; es casi un pasado, casi una anécdota; por eso es nostálgico y, también,
feliz.
ADOLFO BIOY CASARES

sábado, 2 de agosto de 2008

POEMAS PARA UNA FOSA COMÚN, Ramón Cote

RAMÓN COTE


Poemas para una fosa común



Arnao Ediciones


Madrid


1984







TESTIMONIO DE SOLEDAD


Tu silencio alarga la mano
como el cuenco de esta luna mendiga.
Tu callada evidencia
vadea a toda hora la lluvia
por la que paso,
tu vocación de azar.
Tus ojos aún sin color para mis ojos.
Tu voz es el espejismo de todos los pájaros.