miércoles, 5 de diciembre de 2007

A BUEN ENTENDEDOR (Dieciocho cuentos muy pequeños redactados ipsofácticamente), Hipólito G. Navarro


Yo venía por lo del anuncio
—Yo venía por lo del anuncio.
—¡Ya!, eso se lo dirás a todas.

Ahora tenía la oportunidad de cambiar
Se nace tímido, o se nace grasioso, o se nace cantaor de flamenco, esas cosas que, en fin, qué se puede explicar, se llevan en la sangre y ya son para siempre, inmutables.
Sin embargo, aquel muchacho, por más señas cama­rero, que no lo conocía apenas, se lo dijo así como el que no quiere la cosa:
—Ahora puede usted cambiar.
“Pretencioso el muchacho”, pensó, “como si uno pudiese cambiar en cinco minutos”.
—Ahora tiene usted la oportunidad de cambiar— repitió el muchacho.
—¡Joder, hostia!— mascullé él, —¡qué pesado, niño!— y le tiró a la cara los billetes, gritándole con furia: —¡¡En monedas de veinticinco!!

Para las horas más jodidas
Para las horas así, digamos jodidillas, no malas del todo pero pasando un poco de regulares, pues tenía eso, un botecito de cristal con su tapón de corcho, y con una cuerda lo colgaba del techo y luego le daba caña con un palo no muy fuerte, para no romper el vidrio, pero sí lo suficiente como para que las moscas dentro del bote se chocaran violentamente unas con otras y zumbaran como diciendo: ¡ostias, otra vez!

Lo de las fotos
Lo de las fotos. Dios, qué fuerte; lo de las fotos es toda una historia, pero eso es otra historia.
—Bueno, y lo del diafragma; eso otra.
—Ya, ¿y del tiempo de exposición qué me dices?
—Claro, y lo del clic.
—Hostias, es verdad, lo del clic, ya no me acordaba.
—Bueno..., y después está... lo de la chavalita de la tienda de revelar.
—Eso, eso.

No, gracias
Le preguntaban: ¿quiere usted un cigarrillo?; la pregun­ta le venía de perillas, pues rápido contestaba: no, gracias.
En otras encajaba peor: ejemplos:
—¿Me puede decir la hora? —No, gracias.
—¿Me deja pasar? —No, gracias.
—Usted no es de aquí, ¿no? —No, gracias.
—¿Quiere dejar de pisarme? —No, gracias.
Los martes también eran conflictivos. Cuando le pre­guntaban ¿quiere tomar una copa? le venía la pregunta como anillo al dedo, pues respondía con urgencia: sí, me encantaría, pero las más quedaban raras; a saber:
—¿Usted es imbécil o qué? —Sí, me encantaría.
—Pero bueno, ¿se burla de mí? —Sí, me encantaría.
—Carajote, te voy a machacar. —Sí, me encantaría.
Los miércoles también..., a ver, a ver; no, los miér­coles tocaba descanso.

Hombre, eso de follar me interesa
—Hombre, eso de Follar me interesa.
—Ya, eso se lo dirás a todas.

Ser o no ser piloto de fumigación, datis de cuestion
Datis de cuestion es lo más puramente inglés, más que el té o la niebla, pero qué jodida cuestión tener que salir a fumigar con la avioneta sin estar a punto en un día neblinoso a más no poder, y encima el termo de café olvidado en la cocina. ¡Qué listos los ingleses!

Yo llamaba por lo del anuncio
—Yo Llamaba por lo del anuncio.
—¿Usted a qué número llama?

Luego las moscas
Luego las moscas, con los ojos pegados al cristal, lo veían derrotado en un sofá, sudando, mientras ellas apuraban los últimos vaivenes pendulares, ya más rela­jadas, antes de contar las bajas.

Y claro, no tenía más
¿Qué podía decirle entonces? Bastardo, podría ha­berle dicho bastardo, que es un insulto menos gastado que otros. Pero es que ni eso. Cambiar había cambia­do, sí, pero en monedas de cincuenta, que no entran en la ranura, ¡qué coño más estrecho!


Mejor en mate
Pone una equis en la casilla correspondiente y al in­clinarse, como por costumbre tiene el pelo muy recogi­do, pues deja ver cómo nacen, bien apretadas desde ya, y luego, al mirarlo con dos ojos —porque la naturaleza ha dispuesto que sean dos, bueno, pues dos—, él dice diez por quince, ¡ah!, y que las saquen todas; que no se crea ella que está pensando en las fotos, que las sa­quen todas se refiere —quiere referirse— a las mismas, que otra vez ella al inclinarse y escribir diez por quince le muestra, exuberantes, los pezones bien hermosos mientras ella escribe con una letra que no se correspon­de: que las saquen todas, aunque estén mal. Una ruina esto de las fotos.

Los jueves
Evidentemente, los jueves, con eso de estar siempre entre los miércoles y los viernes, entre los martes y sábados, entre los lunes y domingos, estaban... ¿cómo decirlo?..., siempre en medio, jodiendo.

Ítem más
—Pero bueno hombre, ¿usted a qué número está lla­mando?

Leptinotarsa decemlineata
Calculando la altura con los relojes, porque no se ve nada, en el punto que debe ser, el botón rojo junto a la palanca de timón, clic: pelotazo de líquidos derramán­dose en la finca, una nube camuflada en la niebla que va a poner buenos a los escarabajos de la patata. La pre­gunta es si fumigamos sobre la finca y no en otro sitio. Datis de cuestion.

Hombre, eso de follar me interesa
Vaya fraude. Y seguro que los que hicieron el dic­cionario se quedaron tan panchos: Pepi, lagartona, va­mos a soltar una ventosidad sin ruido. ¡Alubias les daba yo!


No me jodas
—Otra vez dicen que va a subir la gasolina.
A lo que contestaba, sin más miramientos:
—No me jodas.
Podía ser una respuesta, ¿por qué no?; pero luego el día avanzaba y era peor: a saber:
—¿Me puede decir la hora? —No me jodas.
—¿Quiere dejar de pisarme? —No me jodas.
—Usted no es de aquí, ¿no? —No me jodas.
Eso los jueves. Los viernes ni salía de casa.

Yo venía por lo del anuncio
—Yo venía por lo del anuncio— Le dijo.
—No me jodas— contestó ella asombrada (y no era para menos).
—Hombre, es que eso de follar me interesa— soltó él de pronto.
—Ya, eso se lo dirás a todas— replicó la chica, inevita­blemente.
—Ahora tengo la oportunidad de cambiar— le confir­mó él abiertamente.
—¿Un jueves?— preguntó ella extrañada.
—Ítem más siendo jueves mismamente— aseguré él.
—No, gracias— dijo ella.
—¿Y lo de las fotos?— argumenté él cuando vio que se le cerraban las puertas demasiado pronto. —Sí, me encantaría; es lo mejor para las horas más jodidas— le dijo ella.
—¿Tienes muchas?— le preguntó él, viéndole el naci­miento de las suyas (porque la naturaleza ha dispuesto que sean dos, bueno, pues dos).
—En mate— confirmé ella.
—A un piloto de fumigación le va mejor el café que el té o el mate— se quejó él.
—Bastardo— gritó ella, sin venir mucho a cuento.
Y hablando de cuentos, claro, no tenía más.
Entonces se le ocurrió que bien podría resumirle a ella en pocas palabras el asunto.



En pocas palabras el asunto
Él, por más señas piloto de fumigación, está prác­ticamente arruinado por hacer tantas fotos para así te­ner la excusa de contemplar, ya que no otra cosa, a la chavalita de los revelados. Datis la primera cuestion. El juego que se inventa es grotesco: se ve como extranjero lunes martes jueves viernes, miércoles descanso, sábados domingos lo que se tercie, improvisado. Bueno, otros juegan al tenis, qué más da. Horas jodidas en casita: vapuleo de moscas posiblemente en descargo de una carrera universitaria más o menos biológica y frustrada (que llamar leptinotarsas a los bichos de la patata es más científico y pedante si ello viene de boca de fotó­grafo fumigativo), desviación que habría que estudiar en profundidad y que ahora no viene al caso. Luego, presumiblemente (más bien certeza), anuncios por palabras: contactos: ofrécese buen cuerpo no se hacen preguntas se hace lo que se hace. La cadena lógica siguiente es: muchacho, cámbiame para el teléfono. No hay cambio; luego sí, ahora tiene usted la oportunidad de cambiar monedas que no entran por la ranura: pre­monición de un fracaso coito-vaginal posterior. Equi­vocaciones varias con el número telefónico (pero bueno, ¿otra vez este hombre?, ¿no le hemos dicho ya tres veces que aquí no vive ningún anuncio?) y finalmente visita personal. Obviamente (piloto de fumigación tenía que ser (la niebla sobre la finca es una metáfora (la metá­fora, mucho ojo, que algunas veces se confunde, no es un chiste (un chiste eso sí, nunca está de más))), palo final: Yo venía por lo del anuncio —eso por el telefonillo de abajo—. Suba, suba (voz distorsionada por la técnica pero, carajo carajo, conocida). Ascensor estropeado, doce pisos, sudores; puerta letra ce, abierta, invitativa. Finalmente. En el salón, con prendas nunca antes conocidas ni imaginadas (cagonlaputa, bocado en la lengua), ¿quién?: obviamente, la chavalita de los revelados. Él se mete las manos en los bolsillos. En ellos no lleva escara­bajos de la patata. Podría haber sido. Y es que a buen encendedor no le hace sombra un fósforo, y con pocos cigarrillos le basta.



HIPÓLITO G. NAVARRO, “A buen entendedor (Dieciocho cuentos muy pequeños redactados ipsofácticamente”, El aburrimiento, Lester, Anaya & Mario Muchnick, Madrid, 1996, pp. 59-64.



Ilustraciones:
ARNAL BALLESTER, Vista cansada, Ediciones sin sentido, Madrid, 2000.